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El Pacto del diablo

15/06/2013 El confidencial

“Consensus is the process of abandoning all beliefs, principles, values, and policies in search of something in which no one believes, but to which no one objects” Margaret Thatcher

Las soluciones mágicas no existen. Y, como todos los trucos de magia, la ilusión se convierte en decepción cuando se ven los cables que sostienen al que levita sobre el escenario. La ilusión, por ejemplo, de pensar que los tipos de interés se van a mantener bajos eternamente. O los pactos de consenso, como el coro de Nabucco, para mantener el chiringuito.

Descontar tipos bajos eternamente es un peligro

Nos hemos lanzado a endeudarnos más, mientras bajaban los tipos. Hoy los incentivos perversos de la política económica LOGSE, donde todos pasan de curso suspendiendo, nos llevan a encontrarnos un escenario complicado… sin los deberes hechos.

La Reserva Federal de Estados Unidos lleva una semana intentando calmar a los inversores para que no «reaccionen exageradamente» ante una reducción de la compra masiva de bonos y activos de riesgo que lleva a cabo. Sin éxito. Esperar que el mercado no vaya a reaccionar tras una manipulación tan agresiva es, cuando menos, voluntarista.

Lo comento en mi libro Nosotros, los mercadosNo podemos ignorar los riesgos de una subida de tipos de interés. Jim O’Neill, de Goldman Sachs, lo ha dicho esta semana: «Prepárense para ver los bonos del Tesoro americano (10 años) al 4%». Mientras tanto, el «consenso» repetía una y otra vez «no se preocupen».

El mercado de bonos está globalizado. Si el tipo de EEUU sube, también lo hace Alemania y…

Vasos comunicantes de deuda. Si la rentabilidad del bono americano subiese a niveles fundamentales, acorde con la deuda del país y su déficit.… ¿dónde creen que irían las primas de riesgo de los países europeos endeudados en una carrera sin frenos a ver quién gasta más y reforma menos? Ya saben que la prima de riesgo es el diferencial sobre el activo que se percibe de menor riesgo. La española cotiza respecto al bono alemán. Pues bien, dicho bono alemán sufriría también –aunque menos- si se dispara el americano. El problema está en los que no hemos aprovechado las barras libres de liquidez y tipos bajos para preparar el invierno. Y el invierno llega.

El impacto de una subida del 2% al 4% en el bonos a 10 años de Estados Unidos, según mis calculos, puede superar un 1% del PIB de la eurozona en costes adicionales de deuda. Un impacto que no puede cubrir el BCE, como repitió Draghi en la televisión ZDF esta semana.

El problema es que el endeudamiento público de los países de la eurozona no baja, solo sube. En 2012 la deuda aumentó en casi todos los países, mientras el gasto público sobre PIB crecía del 49% al 49,4%. A esto hay quien lo llama «austericidio» y «neoliberalismo».

Exportamos muy bien… pero los mercados emergentes ya descuentan tipos superiores

El enfriamiento de los principales mercados emergentes, liderados por China, en las últimas semanas, no es una casualidad. La expansión de crédito en China, un 58%, solo genera 23 puntos básicos de PIB cuando la cifra rondaba 80 puntos básicos hace tres años. ¿Qué significa? Que expandir balances –endeudar- cada vez genera un efecto menos relevante en la economía.

España ha visto aumentar sus exportaciones de manera ejemplar a máximos historicos. Es importante monitorizar que el efecto gasto-deuda de nuestros socios no haga pinza con la ralentizacion de los países emergentes y afecte a nuestras exportaciones.

España, a día de hoy, se beneficia más de la austeridad en la UE que del gasto, al contrario de lo que predican ciertos partidos y medios. Si la Unión Europea deja de endeudarse para pagar gasto político y baja impuestos, mejora la actividad y el consumo, y con ellas nuestras exportaciones.

Nuestro sector exportador funciona gracias a la capacidad de competir interna y a la renta disponible de nuestros socios. Si nos dedicamos todos a alimentar el gasto público, la deuda, y restamos renta disponible subiendo impuestos, las inversiones y comercio de todos se desploman. Y no, no se puede sustituir con «planes de crecimiento» –deuda- estatales, enormes planes E de multiplicador cero –por no decir negativo-.

Y es que no hay que olvidar que la expansión masiva de crédito estatal no genera una mejora relevante de la actividad comercial, como muestra el gráfico inferior, en un mundo que expande su base monetaria casi un 4% anual. Si algo demuestra la fortaleza de nuestro sector exportador es que crece en un entorno de desaceleración del comercio global, a pesar de los que critican la fortaleza del euro. Prueba de que“devaluar” y “expandir” eternamente no sea la solución.

El pacto compacto

Todo esto nos lleva a las noticias que leo en El Confidencial sobre el pacto entre Gobierno y oposición para crear un «frente común» en la UE. ¿Suena bien, no? Un pacto para fortalecer a esos exportadores que nos sacan del hoyo, bajar impuestos y aumentar la renta disponible de las familias para reactivar el ahorro y el consumo… Ah, ¿no? Pues no, un pacto de salvaguardia y protección de la burbuja estatal que no queremos pinchar.

No es un pacto para cercenar el gasto político de la España Enron que esconde deuda en miles de pequeñas entidades, que siempre son el chocolate del loro, pero suman cada vez más.

La deuda pública ha marcado otro récord a marzo al llegar al 88,2% del PIB. La deuda de las CCAA se ha incrementado un 29,51%, hasta 189.589 millones, el 18,1% del PIB, con los gastos aumentando. “Austericidio”.

«No se puede hacer todo de una vez»; «hace falta tiempo»;  «no es el momento»;  «no hay margen».

España se lanza a un gasto público –fundamentalmente gasto corriente- de unos 500.000 millones en 2013. Sin embargo, jamás ha recaudado más de 410.000 millones. Añádale los gastos que quieren pactar «para crecer» y ¿qué déficit vamos a acumular? ¿Un 8% eterno? Supongan –y es mucho suponer- un multiplicador positivo de 2x de ese gasto en tres años. ¿Qué soluciona? Nada. Y luego vienen los costes de esos «planes de crecimiento». No les tengo que contar el «efecto divisor» del despilfarro.

Por eso, inversores como PIMCO temen que algunos países europeos se lancen sin red hacia un impago que el BCE no puede contener, porque el peso de la deuda acumulada y los países en dificultades aumenta. Y en cualquier caso, el balance del BCE lo paga usted también, no lo dude. Tenemos que evitarlo. Es imperativo.

Leo los ocho puntos del supuesto pacto, y cinco suponen más deuda, más gasto y rescates bancarios con el dinero de otros, por supuesto. Otros 60.000 millones de «crecimiento» para invertir en…. Ah, ya se verá, usted deme el cheque, que tengo más de 3.000 empresas públicas y cuarenta y tantos entes regionales y diputaciones a los que alimentar. Cuando uno va a invertir, presenta un plan de negocio. Aquí se pide primero y luego se piensa en qué farolas vamos a reemplazar. Uno, solo uno de los puntos, es «libre comercio». Bien. Supongo que el punto del pacto en el que exigen que no se extorsione a ciudadanos con más impuestos lo están redactando.

Tengan en cuenta el riesgo de las subidas de tipos de interés y de la ralentización del comercio global, y cuiden los sectores que nos están sacando de la crisis como si fueran oro. Recuerden que mirar hacia otro lado y los planes de «crecimiento» –deuda- han extendido la crisis, no la han solucionado. Luchen por aumentar la renta disponible de todos, no el gasto de burbuja de unos. No hace falta un pacto para tomar las decisiones duras que todos sabíamos y sabemos que deben tomarse. Para cortar costes superfluos como exige el BCE, la UE, los españoles o los inversores. Para defender a los ciudadanos de nuevas subidas de impuestos o para bajarlos, que es lo que necesitan las empresas y familias para reactivar la economía y el consumo.

El consenso es la mediocridad. Este país de relativismo enganchado a supuestas soluciones mágicas no necesita pactos, y luego decir que «no se hizo suficiente», «hubiera sido peor» o «hay que repetir». Necesita liderazgo, firmeza y decisión para cortar un sistema caro y rentista. Así salimos, seguro.

Bruselas y la generosidad del prestamista

1/6/2013 El Confidencial

La deuda es la esclavitud de los libres” Publilio Siro

Llevábamos semanas oyendo las supuestas bondades de “relajar los objetivos de déficit” y escuchando a muchos gobiernos regionales comentar el “reparto del déficit” como si la deuda fuera una donación y no una responsabilidad. Hasta que llegó la Troika y nos recordó lo que nadie quería reconocer. Quelas deudas se pagan y que los préstamos sin condiciones no existen. Ahora, tras años perdidos alimentando la burbuja de gasto político, vienen más problemas, porque haber retrasado lo inevitable –la reforma de las Administraciones Públicas y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y de obra pública- nos lleva, probablemente, a una salida mucho más compleja.

Ante un escenario incierto no es de extrañar que los inversores extranjeros vendan deuda española ante nuevas medidas de ajuste que se temen que caigan por el lado impositivo.

Siempre que visito España me dicen que Bruselas nos exige esto y aquello. Sin embargo, Irlanda no lleva a cabo la misma política y está también en la UE y con problemas similares. Desde fuera da la impresión de que Bruselas simplemente acepta resignada los incumplimientos, y ante el riesgo de la implosión de una economía tan grande, propone medidas de prestamista, que aceptamos de buen grado porque sostienen un estado fragmentado e ineficiente, cuya reforma exige pelearse con muchos amigos y colaboradores.

¿Qué significa eso?

Sin embargo, el Gobierno tiene que cuidar como si su vida fuese en ello a nuestro sector exportador, pymes y autónomos. Nada más nos va a sacar de la crisis. La única manera de crear dos millones de puestos de trabajo es que sea atractivo montar nuevos negocios.

Una crisis de balance

Los problemas de balance no se solucionan con devaluaciones internas, porque se desploma la renta disponible, cae el consumo y el agujero de deuda se agranda. No se solucionan subiendo impuestos, porque se repele a la inversión exterior. Y no se soluciona con más deuda. Porque mientras nos aferramos a los gastos de la burbuja, los ingresos fiscales de esa terrible época de la chequera en blanco no van a volver.

La salida de esta crisis empezará cuando los gobiernos europeos se den cuenta de que los ingresos que consideran “normales” eran producto de la expansión injustificada de crédito creada por el dinero gratis de la “construcción europea”, y que dichos ingresos no pueden retornar cuando todos los agentes, estados, empresas y familias ya están muy endeudados.

 

Nuestra deuda, nuestro problema

No es una casualidad que la deuda estatal en manos de los bancos españoles haya aumentado un 10% en el primer trimestre de 2013 y supere los 245.000 millones de euros –casi el 40% del total-, como muestra el gráfico (cortesía de

De las crisis de balance solo se sale de tres maneras:

– Con una enorme quita –y eso se lleva por delante no solo a nuestros bancos atiborrados de deuda soberana, sino nuestra seguridad social y nuestras pensiones, invertidas hasta un 90% en bonos estatales-. Las quitas hunden la confianza inversora. No existe el concepto de quita “con confianza”.

– Con una devaluación enorme e inflación –el impuesto silencioso-. Y ya hemos visto la inutilidad de esas políticas en Reino Unido o Japón. No baja la deuda, de hecho aumenta, se gasta igual o más pero se empobrece a toda la gente, y tampoco evitan los recortes.

– Recortando gastos y bajando impuestos, atrayendo capital inversor y recapitalizando el sistema con dinero extranjero. Es lento, pero limpia el sistema.

Las dos primeras benefician al aparato político, que se mantiene o incluso aumenta. De hecho, ante el destrozo económico que generan ambas, siempre se acude al “gasto público”. Ya saben, primero zancadilla y luego “sin mí no puedes levantarte”. Argentina sin petróleo. Pero ya no funciona. Los estados europeos están tan endeudados que ya no pueden gastar centenares de miles de millones anuales en infraestructuras inútiles, y el coste de esas subvenciones y gastos desproporcionados sigue llevando a la desindustrialización y el paro, que son tan atroces que ponen en peligro el sistema completo.

Relajar el déficit, aumentar la deuda, seguir manteniendo el gasto político, no es generosidad de prestamista. Es esclavitud. Y a estas alturas, ni siquiera es políticamente rentable para el aparato burocrático. Ténganlo en cuenta.

«Obama crea empleo», «Alemania no nos deja crecer»… y otros cuentos

«Growth is an outcome, not a policy»

Semana de altísima volatilidad en los mercados, adictos a la droga de los bancos centrales. «Don’t fight the QE» ha sido el mantra, y ha llevado a que la exposición alcista media de los fondos de inversión alcance un 80%, 45% en el caso de los Hedge FundsY en eso apareció China a fastidiar la fiesta, entrando en contracción. Además, las televisiones coreana y china no paran de alertar contra el «imperialismo monetario japonés». Veremos cómo termina todo.

Nos habíamos olvidado de los fundamentales.

Obama y el empleo

«Es para reducir el paro», nos repite Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, mientras nos explica que el mercado laboral sigue siendo pobre y que la recuperación es débil. La administración Obama se vanagloriaba de haber «creado» 5.000.000 de empleos con un plan monetario y de estímulo que ya supone 2,1 billones de dólares gastados. Total, si nos creemos la cifra, sale a casi 500.000 dólares de gasto por empleo «creado». Casi nada. David Stockman, en polos diferentes, alertan del nivel más bajo de participación laboral de las últimas décadas. Pero es que incluso la cifra de Bernanke tiene truco, como dicen los CEOs de Exxon Anadarko, que recuerdan cada vez que les preguntas que hay que mostrar una hipocresía política muy grande para apuntar como éxitos de la política intervencionista a los empleos creados por la industria energética -680.000-, que ha sido perseguida hasta que el gobierno se ha encontrado el plan de estímulo privado gratis más importante: el petróleo y gas doméstico. La revolución del fracking que hace que la electricidad, según el presidente de la CE, sea un 50% más barata en EEUU que en la UE y el gas industrial, un 75% más barato. Eso es un estimulo de verdad, privado y sin subvenciones.

La realidad es que cuando se anunció el plan de estímulo eterno de Obama y la Fed, prometieron que el desempleo alcanzaría el 5%, y, si no se aplicaba, amenazaban con que se dispararía al 8%… Y tras billones de dolares gastados, el desempleo es 7,5%, un 11%

Alemania y el crecimiento

Con ello, llegamos al famoso «Alemania no quiere que crezcamos»… Lo he explicado en varias ocasiones en la CNBC.

«German imports of Spanish products accounted for 22 billion euros, approximately 2% of Spain’s GDP.

If we are optimistic and assume that German imports would increase by 5%, this would be less than 0.1% of the GDP of Spain. Considering a multiplier of 2.5, the maximum increase would be 0.25%. Suppose a similar effect on all countries exporting to Germany, and the impact would not exceed 0.5% of Portugal or Greece’s GDP. Again, this being very optimistic.

That is, making Germany accept inflation and an expansive policy they cannot afford -just look at their banks-, does not solve the problems of the periphery.

The sharp adjustment in domestic demand in peripheral countries, and entering into current account surplus, are much more effective policies to lay the foundations for growth. Why?

Because the impact of an improvement in peripheral Europe foreign direct investments multiplies the positive impact, in the case of Spain to 3% of GDP and in portugal, Greece or Italy by c2.8% without adding more debt and risk to the Eurozone, and at the same time it helps solving the inefficiencies of bloated economies«.

Inversión directa. Ese es el camino de la recuperación, pero hace falta mucha más inversión directa extranjera. Y sólo se va a conseguir cuando el entorno de seguridad jurídica e impositivo sea atractivo, predecible e incuestionable. Y la demanda interna, que apoyará la creación de empleo, la recuperaremos cuando permitamos que crezca el consumo… bajando impuestos.

España tiene un problema. Un 27% de paro. Eso aumenta la morosidad hipotecaria y reduce el consumo. El empleo precario y la devaluación interna no recuperan la actividad económica por sí solos. Hay que recuperar la renta disponible de familias y empresas, ahogadas por impuestos.

Ni el Estado ni las subvenciones crean empleo. El consumo crea empleo.

En estos meses he visto a más de 82 empresas españolas que simplemente no pueden contratar, aunque quisieran, por la burocracia y los bajos márgenes que generan tras los aumentos impositivos.

Crónicas de la gran recesión

Prólogo a Crónicas de la Gran Recesión II (2010-2012), Juan Ramón Rallo

El gestor de fondos y colaborador de El Confidencial, Daniel Lacalle, prologaCrónicas de la Gran Recesión II (2010-2012), del economista Juan Ramón Rallo. El libro saldrá a la venta el viernes 24 de mayo y ese mismo día se presentará en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, dentro de Liberacción, la feria de libros liberales organizada por el Instituto Juan de Mariana*.

Hace unos meses hicimos una encuesta entre inversores y gestores sobre cuáles habían sido las causas de la crisis financiera. Las respuestas fueron muy interesantes y diferentes, pero podrían converger en un mensaje: toma de riesgo excesivo ante un entorno de tipos de interés bajo y  sobreabundante liquidez. Ello, a su vez, nos conduce a unos estados y bancos centrales que lanzaron el mensaje de «no se preocupen, todo va bien, que aquí estamos nosotros para garantizar que se eviten shocks», algo que, por supuesto, no cumplieron. Porque no podían. Ni pueden. Vivimos en unas economías tan intervenidas que asumimos, casi como una religión, que los estados y sus bancos centrales son omnipotentes y pueden cambiar el rumbo de la economía a su placer, garantizando crecimiento eterno. Olvidamos, por supuesto, que los bancos centrales y estados siempre son reactivos y, como tales, cuando ponen en marcha procesos de incentivos perversos, tipos bajos, expansión monetaria y estímulos injustificados, empujan a los agentes económicos unos cuantos pasos más cerca del borde del precipicio.

Es interesante también comprobar cómo ese proceso de «toma de riesgo excesivo» nos pasaba desapercibido cuando vivíamos la fiesta del crecimiento eterno, las compras megalómanas y el endeudamiento. Un claro ejemplo lo vivimos en España, un país que, supuestamente, crecía más que ninguno otro y cuyo modelo económico era un milagro y la envidia del mundo entero. Alemania, sin embargo, aplicando recetas de austeridad y recortes presupuestarios promovidos por el canciller Schröder, se lanzaba al «abismo del estancamiento», según comentaba el diario El País en el año 2004.

A muchos economistas, ese modelo de crecimiento, apalancado y orientado al ladrillo y a la «inversión» -malgasto- estatal, les sonaba: lo habían visto antes y, como en tantas ocasiones, sabían que terminaba mal. De hecho, el crecimiento de España, excluyendo el efecto de deuda, fue muy bajo durante la burbuja, según cifras del FMI y el BBVA. Sin embargo, en un mundo acostumbrado a repetir las formulas keynesianas de aumentar el gasto, endeudarse y dar la patada hacia delante, aunque no funcione, tendemos a negar los problemas, a ignorar los riesgos y a buscar repetir los mismos errores.

En este libro encontraremos un análisis muy detallado y ameno de aquellos errores graves que se cometieron y cómo apartamos la vista e ignoramos sus consecuencias. Efectivamente, hoy nos quejamos de unas políticas de austeridad que dicen que nos ahogan. Sin embargo, no podemos hablar de austeridad cuando el gasto estatal, la deuda y los déficits públicos siguen alcanzando máximos históricos. Lo que ocurre es que estamos acostumbrados al malgasto y al dinero fácil como fenómenos «normales». Queremos recuperar el 2005-2007. Sólo hay un problema: es imposible, no funciona.

Olvidamos que los recortes de hoy son consecuencia del exceso de gasto del pasado, que las políticas expansivas no evitan dichos ajustes presupuestarios, como estamos viendo en Estados Unidos o el Reino Unido. Olvidamos que las soluciones monetaristas y expansivas no solucionan modelos económicos de baja productividad y obsoletos: los perpetúan. Y los efectos negativos de cerrar los ojos, imprimir y esperar que escampe son obvios. Recesión en el Reino Unido, deflación en Japón, estancamiento en Estados Unidos. Y el paro, ese supuesto objetivo social de las políticas intervencionistas de estados y bancos centrales, no sólo no baja, sino que las condiciones laborales empeoran. Porque las políticas expansivas no crean confianza, sólo desconfianza. Y llevan a algo que pocos economistas keynesianos son capaces de explicar: la velocidad del dinero, reflejo de la actividad económica, se desploma. ¿Su solución? Repetir lo que ha fracasado. Nunca es suficiente, y si no funciona… es porque no se ha hecho de manera contundente.

La peor ‘resaca’ jamás sufrida

El problema del sobreendeudamiento radica en que nos da una falsa sensación de poder, de riqueza, y nubla la prudencia a la hora de gastar o invertir. Y que, cuando se acaba, el efecto «resaca» es peor de lo que nadie imaginaba. Se empieza justificando la deuda para «hacer inversiones de crecimiento» y se acaba despilfarrando en gastos tan «sociales» como las decenas de miles de millones que pagamos en subvenciones. Se empieza pensando que se pagará con crecimiento, luego que se pagará con más deuda de fondos exteriores, después que se pagará con más impuestos y, finalmente, se quiebra.

Desde 2003, cada euro nuevo de deuda ha generado productividades marginales cero y, desde 2004, negativas, según Goldman Sachs. Es el «umbral de saturación de deuda» que ignoran nuestros políticos, siempre dispuestos a gastar hoy el dinero de las generaciones futuras. Efectivamente, la deuda puede ser buena cuando se invierte de manera prudente y cuando no alcanza unos niveles inaceptables. Pero, como en todos los procesos de descontrol inversor, llega un punto en que nunca nos parece alta.

Siempre nos parece que «nuestro caso es distinto» -mi deuda sobre PIB es menor que la de Japón-, que «a mí no me va pasar» -España no es Grecia- o el socorrido «yo estoy mal, pero el otro está peor» -la deuda privada es mayor que la pública-. Son mensajes que sólo buscan justificar un comportamiento que, en nuestro interior, somos conscientes de que es inaceptable. Sólo queremos que, aunque sepamos que no es lo correcto, nos siga fluyendo el dinero.

Es curioso porque el proceso de expansión salvaje de los balances de los estados y sus bancos centrales siempre se tiñe de un aura «social», diciendo que se busca bajar el paro y reducir desigualdades, cuando en realidad es profundamente antisocial y extremadamente injusto: porque premia al endeudado y al que invierte mal, penalizando con impuestos e inflación al ahorrador, al prudente y a una clase media que está siendo aniquilada por las políticas de sostener a bancos y a Estados elefantiásicos e insolventes.

Más impuestos y más recortes

El Estado, efectivamente, no es una empresa. Y, como tal, debe también diferenciar su capacidad de endeudamiento. Porque la deuda privada se contrae libremente. La deuda privada excesiva se repaga con ampliaciones de capital, desinversiones y caja libre. Si la empresa no puede pagarla, quiebra, se venden sus activos y se liquida. Sin embargo, la deuda pública es impuesta obligatoriamente. Además, esta se repaga con más impuestos y más recortes y, si no se paga, se termina arruinando a los ciudadanos. Importantes diferencias.

Nos repiten ahora, una y otra vez, que el Estado tiene que gastar cuando ahorran las familias y empresas para compensar, sostener la actividad económica y, luego, cuando llega el crecimiento, entonces es cuando toca ahorrar. Excepto que, oh sorpresa, en épocas de bonanza los Estados no ahorran. ¿Saben cuál es el número de países de la OCDE que han visto reducido su gasto público en épocas de bonanza en los últimos veinte años? Cero.

Es entonces cuando el sobreendeudamiento se convierte en norma, cuando corremos el riesgo de pasar de saturación de deuda a una saturación impositiva que genera destrucción de crecimiento, riesgo de descapitalización y quiebra. La deuda en sí misma no es mala. La deuda es mala cuando no genera ninguna rentabilidad. Y, como sucede en cualquier otra actividad económica, hay «inversiones sociales» que no generan rentabilidad económica y son aceptables, pero estas no pueden acaparar y sobrepasar a las inversiones que sí generan rentabilidad, porque de lo contrario entramos en una espiral de gasto que implica más deuda y más impuestos, un mayor empobrecimiento, menos ingresos, el mismo gasto, más deuda y la quiebra.

Piensen lo bien que estaríamos hoy si en 2005, cuando multiplicábamos nuestra deuda por dos, hubiéramos hecho una huelga con una buena pancarta diciendo: «No hipotequemos a nuestros nietos». El despilfarro, el gasto y la deuda siempre se toleran. Pero no se suelen valorar sus consecuencias.

Los beneficios de planificar para cuadrar gastos e ingresos son muy fáciles de entender: si se equivocan y el país crece más, se ahorra y se mitigan los impactos si se vuelve a la crisis. Vamos, lo que todos ustedes hacen cada día. Lo malo de la política de la cigarra es que cuando llega el invierno ya no queda nada y, lo que es peor, se depende de la caridad (del BCE, del FMI o de quien sea), que suele venir acompañada de exigencias que nos empobrecen y nos hacen menos libres. Esta crisis debería enseñarnos a desconfiar de los incentivos perversos, de los cantos de sirena de la expansión ficticia y de las llamadas a tomar riesgos provenientes de estados y políticos cuyo historial de aciertos en sus inversiones y predicciones sobre el futuro es francamente atroz.

El placebo de los economistas estatistas

¿Quiénes generaron esos incentivos perversos? ¿Cómo se llegó a esta situación? ¿Es la solución a la crisis llevar a cabo las mismas políticas que nos condujeron a ella? ¿Qué papel tienen los bancos centrales y los Estados a la hora de poner en marcha mecanismos de crecimiento? En este libro, que recopila algunos de los excelentes artículos de Juan Ramón Rallo sobre la crisis, encontrarán muchas respuestas. Muchas de ellas les sorprenderán, porque no van orientadas al «efecto placebo» que nos intentan vender los economistas estatistas. Pero recuerden: que haya consenso entre algunos profesionales no significa que tengan razón. Y a las pruebas y datos me remito: el problema de defender las políticas expansivas y estatistas es la evidencia empírica de sus fracasos. Y cuanto más se aplican, más contundentes se vuelven los argumentos en contra.

Este libro les ayudará a entender mejor la crisis, valorar distintas opciones, cuestionar los dogmas establecidos y llegar a sus propias conclusiones. Además, ofrece soluciones. De ahí que se trate de una publicación imprescindible que merece la pena consultar una y otra vez ante las recurrentes tentaciones de los diferentes Gobiernos por repetir formulas caducas e ineficaces… pero, eso sí, consensuadas. Como decía Margaret Thatcher, el consenso es el abandono de toda creencia, principio y valores; por lo tanto, sólo es algo en lo que nadie cree y, por supuesto, nadie cuestiona. Evitémoslo.

*Crónicas de la Gran Recesión II (2010-2012), Juan Ramón Rallo, Unión Editorial, 2013, 425 páginas