Extracto de «Viaje a la Libertad Económica» (Deusto 2013)
“No existe conflicto entre el estado del bienestar y el libre mercado”. Gerhard Schroder
El asistencialismo se ha convertido en una excusa para el bienestar del estado. Y, como veremos posteriormente, se disfraza como coste social mucho gasto político, administraciones duplicadas, etcétera.
Los servicios esenciales se ponen en peligro a medida que la pirámide de población se estrecha, es decir, que el número de jubilados y personas a cargo de otros (niños, descapacitados) se acerca peligrosamente al de contribuyentes.
Si centramos la política de las economías en reducir la renta disponible, ni aumenta la población ni la riqueza, y por lo tanto, el sistema de beneficios sociales entra en peligro.
Eso lo sabía Gerhard Schroder en Alemania cuando lanzó el programa Agenda 2010 de profundas reformas del modelo. Hoy nadie duda de que el país germano ha sobrevivido mejor a la crisis y su sistema de protección social es adecuado, garantizando la sostenibilidad y no obstinándose en mantener el coste.
Cuando Alemania lanzó el plan en 2003, muchos lo criticaron diciendo “Schroder lanza una bomba al estado de bienestar” (El Pais, 2003). Fue tan criticado que la coalición de Gobierno presidida por Schröder -formada por el partido socialdemócrata SPD y Los Verdes- empezó a perder una elección regional tras otra.
Las medidas fueron muy duras, incluyendo enormes recortes a las subvenciones por desempleo, limitando el subsidio hasta €345 euros mensuales en algunos casos, la creación de los mini-jobs, puestos de trabajo temporales de bajo coste para el empresario, introducir el co-pago sanitario y rebajar las pensiones con un coeficiente de sostenibilidad.
Además, bajó los impuestos desde el 19,9% al 15% para las rentas bajas y desde el 48,5% al 42% para los tramos altos.
En 2003, cuando se hicieron las reformas, la cuota de desempleo en Alemania era del 10,5 por ciento y el número de parados rozaba los cuatro millones y medio, y las pensiones y seguridad social eran “insostenibles”.
Sin embargo, ya en 2005 las cifras de desempleo empezaron a bajar, hasta llegar a los tres millones de parados actuales y una cuota del 5,1 por ciento. Además, las pensiones y seguridad social ya no están en peligro, con un superávit de 6.000 millones de euros. La renta per capita aumentaba un 12% en términos reales. El indice Gini, que mide la desigualdad, se sitúa en 0,30, uno de los mas bajos del mundo, similar a Francia y muy inferior a España, Reino Unido, Italia o Estados Unidos.
En 2007, a la mitad de su primera legislatura, Angela Merkel pudo decir en un debate parlamentario que Alemania tenía las mejores cifras de empleo desde la reunificación de 1990 y reconoció que esto era en parte fruto de la agenda impulsada por su antecesor y su rival en las elecciones de 2005.
Nos dicen que Alemania fue la primera en incumplir el pacto de estabilidad. Claro, por un punto, no seis, y no durante siete años. Y llevando a cabo reformas de enorme calado. Pero nos agarramos a cantos de sirena monetaristas.
El gobierno alemán, que puso en marcha el plan más agresivo de reestructuración del gasto público con Schroder, como comentábamos anteriormente, implementó un tímido pero fallido plan de estímulo en 2009, con un gasto de 5.000 millones de euros para apoyar el empleo (Kurzarbeit), alcanzando a 1,5 millones de trabajadores. Ante el error, y comprobar que no mejoraba la situación económica ni laboral, la prioridad se situó de nuevo en recortar gastos. Se introdujo una enmienda a la constitución en mayo de 2010 que limita el déficit del estado central al 0,35% del PIB en 2014 y prohíbe a los gobiernos regionales tener ningún tipo de déficit desde 2020. Estas medidas son mucho más agresivas que los límites de la Unión Europea, que suponen un 3% del PIB.
En junio de 2010 Alemania introdujo el mayor recorte de gasto público en sesenta años, el Zukunftspaket (paquete de medidas para el futuro) junto con un plan financiero a medio plazo (2010-2014), que incluía recortes de 80.000 millones, cerca del 0.8% del PIB, y otras medidas hasta alcanzar el 0,35% de déficit objetivo. Más de un tercio de esos recortes se daban en la seguridad social y administración.
En un año, a pesar de la crisis, el déficit del estado cayó del 4,3% en 2010 al 0,8% en 2011, y llegó a un superávit de 0,2% en 2012. A pesar de cumplir los objetivos a 2014 con creces en 2012, el ministro de finanzas Bertrand Benoit anunciaba en julio de 2013 nuevos recortes de 6.100 millones de euros, a pesar de contar con superávit, que según la agencia de calificación Fitch “mejoraba con creces el objetivo anunciado”.
Los ajustes llevados a cabo por Schroder primero, y Merkel después, situaban a la economía alemana en un nivel de competitividad y saneamiento que permitían reducir las emisiones de deuda pública en 24.000 millones menos de lo previsto en 2013, y llegar a situar las cuentas en superávit en dos años, mientras el producto interior bruto crecía un 0,7%.
Ojalá copiemos a Alemania en el plan 2010 de Schroder y el Zukunftspaket antes de tirarnos a gastar. Con un déficit del 6,5% durante años, España sigue en una situación financiera inasumible.
En un entorno de crisis, se pone de manifiesto que la prudencia presupuestaria y no cejar en los objetivos es esencial, como demuestra el ejemplo alemán.
A Schroder nunca se le reconoció lo suficiente la valentía, coraje y determinación en implementar unas medidas que su partido y sus votantes no querían, pero que eran necesarias para evitar la quiebra del sistema. Aumentar renta disponible, reduciendo impuestos, y recortar gastos.
Lo sabían también Margaret Thatcher y Ronald Reagan, por eso durante sus mandatos la política de mejorar renta disponible reduciendo impuestos aumentó la renta per cápita real para las clases más pobres un 34% en Reino Unido y un 39% en EEUU.
A la hora de justificar cualquier dispendio, olvidamos que los gastos en todas esas partidas deben cubrirse cuando se ha ahorrado en los periodos de bonanza, algo que no hace ningún estado. No se puede decir “no se puede recortar porque todo se va a gasto social”, sino –como aprendió Alemania- “solo se puede mantener un cierto gasto social si se ahorra”.
La libertad económica ha hecho más por reducir la pobreza que ninguna otra política. El desastre del colectivismo en el mundo ha probado que el gasto como única medida solo lleva a la quiebra.