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Implicaciones energéticas de la cumbre del G7

«And time doesn´t wait for me, it keeps on rolling”Tom Scholz

Mi querida amiga Virginie me escribió ayer preguntando por el impacto en el sector energético del compromiso de los países más industrializados del mundo para reducir sus emisiones de dióxido de carbono (CO2) y reducir la exposición a energías fósiles.

Mi respuesta fueron tres frases: “haremos lo que esté en nuestra mano”; “compromiso a 2100”, y “políticas nacionales no unitarias”. ¿Qué significa esto?: Bla bla bla –aplausos- bla bla bla.

El aplanamiento del mundo energético que comentamos en La Madre de Todas las Batallas (The Energy World Is Flat) es inexorable, y no lo decide un comité. Lo dicta la tecnología, la eficiencia y el coste. El petróleo, el carbón, seguirán existiendo a largo plazo como fuentes de energía, pero la inflación de precios será cada vez menor y el excedente de suministro, mayor. La eficiencia arranca dos millones y medio de barriles de petróleo equivalentes/día de crecimiento de demanda cada año, según mi queridoAdam Sieminski de la IEA. Es decir, cuando analizamos el crecimiento global cada año se necesita menos petróleo y energía para generar una unidad de PIB.

El final del carbón como fuente primaria de energía ya ni es fuente de debate. Poco a poco, pero sin pausa, desaparece de un mix energético en el que –a pesar de la caída de precios- ya ni siquiera compite adecuadamente. El gas natural mató al carbón. Por supuesto, es una muerte lenta, agónica, zombificada, donde las empresas sobreviven con rentabilidades muy por debajo de su coste de capital y se agarran a que dentro de cinco años todo cambiará.

La debacle de las subvenciones a las renovables ha sido otro factor esencial. No ha habido un mejor entorno para espabilarse, bajar costes, competir y mostrar las bondades de ciertas tecnologías. Hoy la energía eólica (LCOE, levelized cost of electricity) en EEUU y Europa se encuentra entre las tecnologías más competitivas, junto con la hidráulica. Mucho más barata que la fotovoltaica y la biomasa, y cercana al gas natural –en Europa, ojo, no en EEUU- o la nuclear –incluyendo todos los costes-.

La zombificación de la capacidad excedentaria en solar y viento es también esencial para entender la caída de precios. Los fabricantes de paneles y turbinas se han adaptado a un mundo en el que ya saben que los chinos, alemanes y estadounidenses no van a cerrar capacidad excedentaria para que los precios suban… Por tanto compiten. Buenas noticias.

Lo mismo ocurre en petróleo y gas. El viernes pasado en Viena, en la reunión de la OPEP, quedaba claro que la batalla de la competencia va a durar mucho tiempo. Sadad Al Husseini me comentaba ya hace un tiempo que el mayor enemigo de la OPEP no es Rusia o EEUU o la UE. Es la competencia. Pues bien, los productores de gas y petróleo en EEUU no solo no han caído, sino que el país produce hoy un record de 9,57 millones de barriles/día con una reducción de costes del 40%.

Eficiencia, tecnología y competencia. No comités ni cumbres. Y esta batalla la va a ganar el consumidor.

¿Ganadores? Los sectores que se adapten a esta competencia feroz gestionando costes y evitando sobrecapacidad.

¿Perdedores? Los que esperan que vuelva 2001, los que creen que a largo plazo todo sube y los que no entienden que los nuevos actores están aquí para quedarse. Los sectores “baratos con razón”.

Como inversores, les ruego, como llevo recomendando desde 2007, que no apuesten a entelequias como el valor en libros, la expansión de múltiplos y las teorías de conspiración  geopolíticas para invertir en el sector.

La energía de 2100 no la van a dictar ni las subvenciones ni las necesidades presupuestarias de los petroestados. La va a dictar la eficiencia. Y si, como estimamos desde 2013, las baterías –no las que estamos viendo hoy, probablemente otras- van a ser la revolución global… prepárense para sorprenderse ante precios de la energía mucho más atractivos. La banda ancha energética, esa enorme red de distintas opciones que facilitan el suministro y reducen la dependencia, es imparable.

Este cambio que llevamos comentando desde hace años y que nos llevó a escribir La Madre de Todas las Batallas hace inútil el brindis al sol del G7 y los compromisos a 2100… Pasarán siglos sin que suframos problemas de abastecimiento. Porque la eficiencia y la tecnología son mucho más poderosas que los agoreros del colapso. Y esa combinación demoledora llega antes que los políticos. Como ha sido siempre.

El final del aceite de ballena como fuente de energía no vino por ecologismo, por decisión de un comité, por subvenciones o por el cenit de los cetáceos. Vino por coste y flexibilidad.

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Guerra de precios petrolera: el estímulo escondido

El Confidencial 18/10/2014

La salida de casi un billón de euros de activos de las bolsas vuelve a poner cierta cordura en las valoraciones y aflora oportunidades que no eran atractivas en el entorno de euforia de los pasados meses. Pero no será “cualquier cosa” o “los chicharros suben mucho”. Sean cautelosos que el entorno es muy frágil, mientras debatimos si el ébola va a parar las economías globales o si Europa se enfrenta a una tercera recesión. Recuerden las palabras de Sir John Templeton: “Los mercados alcistas nacen con el pesimismo, crecen con el escepticismo, maduran con el optimismo y mueren con la euforia”. No caigamos en ella. Un entorno de altísimo endeudamiento es muy frágil y hay que evitar jugar a la expansión de múltiplos –comprar valores pensando que solo pueden subir por razones externas mientras sus resultados no mejoran-.

Pues bien, a pesar de reducir las estimaciones optimistas, la economía global va a crecer a niveles de 2,7-3% en 2014-2015 en mis estimaciones (vean el grafico de consenso cortesía de Jeremy Warner). Y mientras todo esto ocurre, la guerra de precios en el mercado del petróleo que comentaba McCoy esta semana va camino de ser un verdadero estímulo para las economías del mundo que no debemos ignorar.

“Estamos en una auténtica guerra de precios”, decía el pasado martes Eulogio del Pino (de la petrolera venezolana PDVSA), tras las bajadas a sus clientes llevadas a cabo por Arabia Saudí y Kuwait. Irán, a su vez, anunciaba que la OPEP podría mantener precios de 80 dólares barril durante varios años y el ministro de petróleo de Kuwait comentaba que era improbable esperar una reducción de producción de la OPEP en su próxima reunión de noviembre porque sería “inefectiva”. No es una casualidad.

El petróleo acumula una caída anual muy superior a la corrección del carbón, por ejemplo, también afectado por un crecimiento chino menos “industrial” y más de “consumo”.

Dicha ralentización de China que comentábamos aquí y una demanda de crudo global que sigue creciendo (+0,8%), pero mucho menos que la oferta (+3%), con EEUU a la cabeza, añadido a las amenazas a la cuota de mercado de los grandes productores, sienta las bases de La Madre de Todas Las Batallas.

La guerra está servida. La OPEP busca recuperar cuota de mercado contra EEUU que, con la revolución del fracking, ya produce más que Arabia Saudí. Se percibe que, dejando que el precio baje, los productores con un mayor coste sufrirán y tendrán que retirarse del mercado. Pero no sólo es una guerra contra EEUU y el fracking, o buscando desestabilizar la economía de Rusia, que necesita 100 dólares el barril para mantener sus enormes presupuestos de modernización militar. Es una batalla contra las renovables, que vuelven a quedar prohibitivamente más caras que el petróleo. Es una guerra contra los vehículos eléctricos y de gas natural. Con el precio de la gasolina en EEUU a 3,7 dólares el galón, ya no es económicamente rentable sustituir una flota de vehículos por gas natural o electricidad.

Un buen amigo de Aramco me decía hace un tiempo: “Cuando los precios del petróleo caen, nosotros bajamos costes; cuando las subvenciones bajan, ustedes quiebran”.

Todas estas tecnologías han vivido al calor de un necesario “alto precio del crudo”, justificándose porque el petróleo solo puede subir y por la mayor de las falacias: que la OPEP necesita estos precios para equilibrar sus presupuestos (como muestra el gráfico de Merrill Lynch). Ese error que he comentado desde hace años en esta columna. Olvida que hasta un 60% del presupuesto de dichos países son subvenciones “sociales” totalmente discrecionales. Es decir, que no son, ni de lejos, los costes de producción o extracción, que se sitúan en una banda de 35-70 dólares por barril, sino que incluyen muchos gastos superfluos.

Cuando baja la marea se descubre quién va desnudo. Y eso es precisamente lo que estamos viendo, una carrera similar a la que comentaba aquí en 2010 cuando el gas barato casi acabó con los operadores de renovables más ineficientes y endeudados. Los nuevos productores de petróleo (shale y tight oil) en EEUU se encuentran ahora con el mismo escenario de competencia, tienen que ponerse las pilas, ser más eficientes y bajar costes. Lo mismo tendrán que hacer las renovables acostumbradas a precios de 200 dólares el barril equivalente. Y Rusia o Venezuela tendrán que limitar sus gastos de “cheque en blanco”.

La tabla inferior (cortesía de JP Morgan) muestra el precio del petróleo necesario para generar una rentabilidad de 10% en cada zona de EEUU. Como ven, la guerra de precios puede enzarzarse hasta precios que hoy nos parecerían inasumibles… Y, tal y como ocurrió en 2008, cuando el petróleo cayó a casi 30 dólars el barril, lo que es probable que veamos es que muy pocos dejan de producir.

Con un mercado en exceso de suministro casi estructural gracias a la revolución del fracking, esta guerra va a poner a prueba a muchos ingenieros y generar muchas mejoras de eficiencia.

¿Y por qué no baja la gasolina en Europa o España? Impuestos. Casi un 50% del precio que pagamos son impuestos. Y estos se han ido aumentando progresivamente en los últimos ocho años.

El precio de la gasolina 95 se divide fundamentalmente en impuestos (48%), coste de la cesta de petróleos adquirida por el país (43%) y el 9% aproximado es el margen de comercialización y refino.

¿Quién se beneficia de la caída del crudo? El consumidor de EEUU, que no tiene que asumir el expolio impositivo de unos estados europeos que son todos muy “verdes”, pero que viven subidos a la joroba de la OPEP como reyes. Y también aquellas economías globales que importan crudo para otras muchas actividades.

En EEUU el precio del galón de gasolina se encuentra hoy –tras la última bajada ésta semana- a 3,17 dólares (según la AAA), el nivel más bajo desde 2011. Teniendo en cuenta que una familia norteamericana gasta al año una media de 2.600 dólares, esta guerra de precios es equivalente a una mejora de renta disponible de 500 dólares anuales.

Si el petróleo baja 10 dólares por barril de manera sostenida, supondría un estímulo a las economías globales equivalente a un 0,4% del PIB mundial, según el FT. Un efecto positivo superior al de los billones de estímulos monetarios aplicados en los últimos años.

De hecho, la guerra de precios que vivimos ya supone un estímulo diario de 1.800 millones de dólares, casi 660.000 millones de dólares anuales, según Brean Capital.

En noviembre publico mi libro La Madre de Todas las Batallas (Deusto) (The Energy World Is Flat en inglés, publicado por Wiley), donde analizo las oportunidades que genera un nuevo orden mundial en el que los productores, las nuevas tecnologías y la revolución energética se baten por una cuota de mercado donde ya no vale el “todo sube” y el cuento del “se acaba, se acaba” como excusa.

La batalla está servida. Como en otras ocasiones, el arma es la eficiencia. Los operadores de menor coste y mayor capacidad de aguante, ganarán. Y con ellos, los consumidores, por fin. Si los impuestos lo permiten.

 

 

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