No podemos ignorar los desastrosos datos de exportaciones e importaciones chinas de esta semana, y su incuestionable impacto en las economías globales. Ya explicamos aquí que China no iba a cubrir sus desequilibrios exportando.
La devaluación de la moneda local no ha ayudado en nada a la mejora de exportaciones. De nuevo se desmonta el mantra de los monetaristas. El Yuan lleva una depreciación de cerca del 3,6% contra el dólar en lo que va de año y muy superior con la “implosión controlada” que el Banco Central Chino lleva a cabo desde hace más de un año. Las exportaciones han caído un 10% en dólares y un 5,6% en yuanes.
Pero es importante ver que, además, las ventas a países como EEUU, en crecimiento, caían casi un 10% y se reducían un 8% a una Unión Europea en pleno proceso de mega estímulo. A las economías globales les parecerá estupendo que China exporte menos, con esa manía anti-comercio que invade la imaginación colectiva que piensa que comerciando menos se va a crear más empleo. Algo así como pensar que haciendo menos ejercicio vas a estar más sano.
Pero es que el crecimiento de las importaciones chinas se han reducido también. Un crecimiento anualizado que se presuponía atractivo, 10%, se ha quedado en un más que modesto 2,2% en moneda local. Eso ya no les gusta tanto a los defensores del paleolítico económico. Malvados chinos que no nos compran todo lo que queremos.
Los datos muestran la evidencia de tres factores:
1. El cambio de “modelo” chino no se genera, de hecho se está perpetuando los sectores de baja productividad.
2. El “desapalancamiento” es inexistente. La deuda sigue aumentando.
3. La debilidad de los datos chinos no vienen por políticas de austeridad, sino tras el mayor paquete de estímulos de la historia, no solo el chino desde 2008, sino en EEUU como en Japón y la UE.
Sin embargo, estas cifras incluyen señales de estabilización. La inflación de productos de consumo creció en China un 1,9%, y los precios en el sector productivo aumentaban un 0,1% , la primera vez en cuatro años que suben los precios de la industria en un país plagado por la sobrecapacidad. Esas señales son débiles, y hay que monitorizarlas, pero igual que resaltamos los problemas, debemos ser conscientes si se genera un punto de inflexión.
AJUSTES EN ESPAÑA
El ministro De Guindos resaltaba esta semana la necesidad de llevar a cabo un ajuste de 5.000 millones de euros aproximadamente para cumplir con el déficit. En estos meses en España se ha ignorado el riesgo de ralentización global a pesar de que las señales eran muy obvias (caída del comercio global a niveles de 2010, revisiones a la baja de expectativas de crecimiento por parte de la OCDE y el FMI, saturación de estímulos). Nos hemos dedicado a mirar hacia dentro olvidando la caída de beneficios empresariales y el impacto del bloqueo, pensando solo en gastar.
España ha ahorrado más de 2.000 millones de euros en intereses de la deuda con respecto a las previsiones de los presupuestos, lo cual es una gran noticia. Pero los desequilibrios se mantienen. De hecho, lo más peligroso es que muchos consideran ese ahorro como eterno y quieren gastarse eso, y mucho más.
La evidencia nos demuestra que vía ingresos no cubriremos los desequilibrios. Tras subir todos los impuestos y crecer más de lo esperado, el desajuste entre ingresos y gastos sigue por encima de las expectativas y del presupuesto. Ninguna economía de la OCDE ha reducido deuda subiendo impuestos. A pesar de contar con grandes beneficios en el coste del endeudamiento, nos arriesgamos a que nos pille una nueva recesión si aplicamos una política impositiva que cercene el crecimiento potencial.
Lo que debemos entender es que la mejor política presupuestaria a corto plazo es reducir el desempleo, que llevará a bajar los costes por subsidios. Facilitando la creación de empresas y la creación de empleo, se puede reducir el subsidio en presupuestos a la mitad (oiga, y ya se ha hecho casi el doble del “ajuste”). Una de las grandes mejoras de nuestro gasto público ha sido que se ha reducido en más de un 34% la partida de prestaciones gracias a la creación de empleo.
Ese mismo efecto viene por el lado de los ingresos. Atrayendo más capital y empresas a nuestro país se cubre la volatilidad y riesgo de un Impuesto de Sociedades que no va a aumentar su recaudación rascando de lo que queda de unos beneficios empresariales que siguen muy por debajo de la cifra de 2007 y que en 2016 han caído por el efecto del refino y los sectores ultra-cíclicos.
En realidad, lo que muestra el entorno económico es que España se puede beneficiar –como lo está haciendo- de un entorno global difícil para llevar a cabo los ajustes desde el crecimiento y la creación de empleo, no desde la represión fiscal. Porque la segunda receta es la que ha llevado a Francia, por ejemplo, o a Grecia, al estancamiento y volver a empeorar. España no necesita más represión fiscal. Lo que necesita es muchas más empresas y crear más empleo. Eso no se hace poniendo palos a las ruedas.