Los totalitarios populistas siempre buscan subordinar la economía a los políticos. Y siempre fracasan.
Como explicamos en la CNBC cuando LePen hablaba de las empresas francesas como si fueran suyas, es una soberana estupidez hablar de empresas y nacionalidad en un mundo globalizado. Las empresas españolas y catalanas son empresas globales y se deben a sus accionistas, sus clientes y sus acreedores en los países donde estén.
La reacción a la más que previsible fuga de empresas de Cataluña se ha difundido en los medios como una fuga de una región a otra, cuando lo que es realmente es una fuga de inseguridad a seguridad. De un entorno de falta de seguridad jurídica, respeto a la propiedad y riesgo institucional a otro entorno en el que los pilares básicos para llevar a cabo la actividad empresarial se garanticen.
Cuando las empresas norteamericanas se escapaban a Canadá o Irlanda en los llamados inversión deals escapaban a un entorno de fiscalidad no confiscatoria. Lo mismo ocurre cuando una empresa deja una región que pretende independizarse desde las llamadas -por escrito- a la confiscación, el impago y la asfixia fiscal a mayor gloria de unos políticos que no se juegan nada.
La fuga de la sede corporativa y legal de una empresa de una región o país a otro tiene enormes implicaciones fiscales, en inversión y empleo. La ridiculez que algunos han intentado difundir diciendo que la fuga de la sede no tiene impacto fiscal en la región es completamente falsa, y se desmonta precisamente viendo el esfuerzo que cualquier país o comunidad autónoma lleva a cabo para las empresas se mantengan.
Las empresas, por lo tanto, no dejan Cataluña, las echan los que creen que los agentes económicos son rehenes cautivos sujetos a sus veleidades megalómanas.
Las empresas no dejan Cataluña. Los políticos las echan. Esas empresas seguirán prestando servicios y ofreciendo bienes a sus clientes siempre que los deseen y los consumidores se beneficien. Pero la amenaza -la certidumbre- de secuestrar la seguridad jurídica, el derecho a la propiedad y la responsabilidad crediticia no pueden ser consideradas nada más que extorsión.
Hace muchos años que el empresariado catalán ve cómo el poder político cuenta con sus empresas como barcos a quemar en la consecución del poder absoluto, y lo que pasaba por ser una identidad cultural, un sentimiento de adhesión ha pasado a ser un ataque a los principios básicos de convivencia, de entorno inversor y de reputación corporativa.
La reputación corporativa es esencial. Y que, a empresas globales, independientes y de calidad se les identifique con veleidades totalitarias y liberticidas no solo es desastroso para el empleo y la inversión en la región, sino para ventas y transacciones en todo el mundo. Afecta a la calidad crediticia, a sus accionistas de todo el mundo, a sus acreedores y a la capacidad de financiación. Las empresas no son peones de políticos endiosados portadores de banderas, sean norteamericanas, españolas, francesas o catalanas.
Ninguna empresa o banco catalán se ha ido. Lo han echado los que se han valido de las instituciones para romper las leyes que les apetecía romper y poner encima de la mesa la palabra más peligrosa en el mundo económico “aleatoriedad”.
Las empresas no son peones de políticos endiosados portadores de banderas, sean norteamericanas, españolas, francesas o catalanas
Cuando un grupo de políticos pone ante los ojos del mundo que decide unilateral y aleatoriamente qué leyes cumple y cuáles no, también nos está diciendo a todos que su credibilidad a futuro es todavía menor que la actual. No es que haya incertidumbre por el riesgo de que ignoren los compromisos actuales, es que hay certidumbre de que lo volverán a hacer, según les convenga, y exponencialmente. Ahora, venga usted y me dice que les va a prestar o invertir en el país o región que gobiernan. Que gobiernan como servicio a los ciudadanos y a las empresas, no haciéndole un favor a esos agentes económicos por dejarles crear riqueza.
Cuando los políticos olvidan su labor de servicio para creerse que empresas y ciudadanos son cajeros automáticos de sus aspiraciones totalitarias, la marea de fugas les recuerda la mentira de su endiosamiento.
Cuando los consumidores de presupuesto usurpan a la sociedad civil tratando a sus ciudadanos como seguidores de una secta, enfrentando a unos con otros, dividiendo para sus tácticas electorales, y promueven el supremacismo y el servilismo para asfixiar a los creadores de riqueza, la única respuesta es fugarse.
La reputación es fruto del esfuerzo
El problema de las fugas de empresas, que se está dando a niveles que ni los más preocupados imaginaban, es que no se para por “llamar al dialogo”. Es que no se revierte con un “ya volverán”. La reputación y credibilidad de una región o país, igual que la de una empresa, se va ganando con enorme esfuerzo de todos, día a día. Y se quiebra en un solo día. Cuando lleguen y nos digan “no, hombre, que era broma, vuelvan”, nadie les cree.
Es una lección que deberemos aprender todos, ojo. Los que reciben la confianza del que escapa y los que tienen las mismas veleidades intervencionistas que los separatistas en el resto de España, el resto de la Unión Europea y el resto del mundo.
Estos días hemos vivido el debate sobre el derecho a la sedición. La verdadera secesión es la que están haciendo empresas y depositantes. Escapar de los que les usarán como cajero automático de sus entelequias supremacistas.
Cuando los políticos confunden a la turba con el pueblo, a los bots con votos y la convivencia con la sumisión a sus ideas mágicas, solo destruyen.
Desafortunadamente, a muchos de esos políticos les es indiferente el destrozo económico que han generado. Porque, parafraseando a Lord Varys de Juego de Tronos “sería capaz de quemar el país con tal de ser el rey de las cenizas”.
You are the best
Has dicho toda la verdad, lamentablemente hay muchos que voveran a votar a esas oscuras golondrina