El anuncio de la compra de un 10% de Telefónica por parte de la SEPI es un ejemplo más de intervencionismo gubernamental destructivo y despilfarro del dinero del contribuyente.
Estamos ante un escándalo de uso de dinero del contribuyente en un estado deficitario con una deuda descontrolada. Un 10% de Telefónica equivale a unos 2.100 millones de euros, cuando la SEPI además no supera los 215 millones de euros de capacidad inversora y la deuda de España supera los dos billones de euros -pasivos totales de las administraciones públicas- con un déficit estructural cercano al 4% del PIB.
La última vez que el gobierno compró acciones de Telefónica fue con Franco. Toda su historia como empresa semi-pública fue un desastre de gestión política, ineficiente y muy por detrás de sus comparables globales. Y, una vez privatizada, su historia se ha visto plagada de intervencionismo gubernamental.
Telefónica llevaba unos años reorientando su estrategia y deshaciendo errores del pasado, enfocándose en ganar liderazgo, reducir deuda y aumentar la rentabilidad y eso no les gusta a los gobiernos. Los gobiernos quieren empresas privatizadas que funcionen como ministerios y conglomerados estatales encubiertos, con ejecutivos que se callen y miren al suelo cuando las expolian no vaya a ser que pierdan su puesto de trabajo.
El cuento de que hay que tomar posiciones en el capital para preservar la independencia y autonomía estratégica de una empresa no se sostiene. Para eso hay una regulación, unos límites accionariales y unas leyes, a las que se atienen los accionistas.
Si usted compra el argumento de que un accionista malvado va a hundir Telefónica por ser saudí entenderá que el gobierno como accionista es, como mínimo, mucho más peligroso.
Es curioso que el gobierno, en vez de fortalecer la transparencia y seguridad jurídica de la regulación y normas con las que se mueve el negocio de Telefónica, sea el que sea el accionista, prefiera tomar posiciones de control. No demuestra mucho compromiso con la libertad de capitales y las reglas de la Unión Europea, pero desde luego no engaña a cualquiera que entienda que la composición del accionariado no es la clave a la hora de preservar unas condiciones de funcionamiento mínimas en un país. Es la regulación y las leyes en un marco estable, seguro y transparente.
El gobierno solo se lanza a comprar una participación en Telefónica para aumentar lo que ya es una injerencia desproporcionada y tomar posiciones en los equipos directivos y las decisiones corporativas. Negocio redondo. El gobierno debilita a las empresas con inseguridad jurídica, injerencia en las inversiones, intervencionismo fiscal y regulatorio y luego las asalta para llenarlas de puestos para amigos.
Si usted se cree que la independencia estratégica y la seguridad de Telefónica están en peligro por la llegada de un accionista saudí, ¿de verdad se cree que aumentar el control político de la empresa va a mejorar su independencia?
El gobierno se presenta como caballero blanco a rescatar de las malvadas garras de inversores extranjeros a una empresa estratégica… eso es lo que te venden. Pero es simplemente falso.
Una empresa no es de un país ni mucho menos de un gobierno. Es de sus accionistas y bonistas. Una empresa no es estratégica porque lo diga el gobierno. Se hace estratégica creando valor e invirtiendo en proyectos con rentabilidad económica real.
Un accionista extranjero no pone en peligro la cualidad estratégica de una empresa.
Pensar que un accionista extranjero va a llevar a que la empresa no se rija por las regulaciones, leyes y requisitos de transparencia y gobierno corporativo del país y de la Unión Europea es simplemente engañar.
Los gobiernos, desde la injerencia, sí que ponen en peligro a las empresas. Debilitándolas. La lista de conglomerados semiestatales destructores de valor en el mundo es enorme.
Si el gobierno quisiera hacer a las grandes empresas inexpugnables y evitar compras lo que haría es facilitar que creasen mucho más valor para los accionistas. Lo que hace a las empresas fuertes e imposibles de comprar es crear valor. El problema de muchas empresas mal llamadas estratégicas en Europa es que lo que las ha debilitado y convertido en blanco de OPA ha sido la intervención constante de los gobiernos, que en muchos casos las han usado como ministerios encubiertos, aprovechando su balance para forzarles a llevar a cabo proyectos ruinosos y luego acusarlas de ganar demasiado.
No hay ninguna razón económica ni estratégica para tomar una posición de bloqueo por parte del estado en Telefónica. La única razón es política. Finalizar el proceso de politización de los órganos rectores de las grandes empresas, aunque las haga más débiles y se utilice para destruir valor. Detrás de Telefónica irán otras, aunque vuelva a ocurrir un desastre como el que se generó en 2004-2010 con aquella pesadilla de participaciones cruzadas entre cajas públicas y empresas. Porque el objetivo es el control, aunque para ello haya que quemar el bosque para quedarse como rey de las cenizas.
Excelente artículo. Pero desgraciadamente la composición accionarial de Telefónica está a millones de años-luz de los intereses de las sardinas. Como cardumen solo se preocupan de quién se los va a comer. Telefónica les queda mas lejos que la galaxia Andrómeda y sus problemas igual. No conectan una cosa (Telefónica) con quién se los va a comer, aunque el artículo lo pone de manifiesto meridianamente. ¿Quién se acuerda del desastre de las participaciones cruzadas? ¿Quién se acuerda de que existieron las Cajas de Ahorro y de cómo acabaron? ¿Alguien se acuerda de quiénes gobernaban las Cajas? Lo único que queda es «la crisis de la banca pagada con dinero público», mantra repetida hasta la saciedad y de esta consigna ya no se acuerda nadie. Las maniobras del gobierno en Telefónica, y en las que vengan después, no se las ve como causas de las consecuencias que producirán, igual que la nefasta ley de Cajas que provocó los cambios en la composición de sus consejos de administración, metiendo a políticos y gente «del partido» por todas partes, no se vió como causa que contribuyó al desastre general del 2008. Y a alguno que avisó de que ese no era el camino se le trató poco menos que de traidor a lo Kim Philby.