“Visions and memories and hope once again” Steve Walsh.
La victoria de Javier Milei en las primarias de Argentina ha desatado una reacción agresiva y furibunda por parte de la misma socialdemocracia que miró hacia otro lado y se puso de perfil ante el asalto a las libertades y el destrozo económico y monetario llevado a cabo por el peronismo y el socialismo del siglo XXI en Argentina.
Lo preocupante no es que se produzca un ejercicio de etiquetado desigual, que lo es, sino que se ha convertido en una norma.
Cualquier candidato liberal que pida reducción de exceso de gasto público y bajadas de impuestos es calificado inmediatamente de “ultra”, incluso “antisistema”. Eso sí, cada vez que se habla en el debate político del comunismo, los defensores del chavismo, de la dictadura cubana y la nicaragüense, de terroristas y asaltadores de calles, se usan términos tan suaves como “activista” o “progresista”. Si usted homenajea terroristas y defiende asesinos y carceleros dictadores es “progresista”, si usted defiende arruinar la economía, endeudarse y gastar sin control para disparar el gasto clientelar y robar a los que producen, es “inclusivo”. Si se le ocurre pedir control presupuestario, impuestos atractivos, apoyar la propiedad privada y el imperio de la ley es usted un “ultra”. A mí, el coro de los subvencionados me ha llegado a llamar ultra, fascista e incluso nazi sionista que ya es la cuadratura del círculo.
El objetivo de llamar “ultra” y “antisistema” a los libertarios y liberales es muy claro: Etiquetar de manera despectiva para que el que escuche ese término deje de atender a las propuestas y deje de prestar atención. Cancelar. Destrucción de personalidad. Acusaciones ad hominem. El mismo objetivo, pero opuesto, es el que se busca al tildar de progresistas a defensores de dictaduras asesinas, terroristas y gobiernos autoritarios de izquierda. Blanquear a los que buscan destruir la democracia liberal y los cimientos de nuestra sociedad.
No fue siempre así. Hasta 2014 más o menos, la socialdemocracia europea y española se caracterizaba por una defensa inequívoca de la libertad, la democracia, la propiedad privada y una condena sin fisuras de la verdadera ola ultra que nos invade: la ultraizquierda liberticida. El marxismo identitario y cancelador. La socialdemocracia condenaba los regímenes totalitarios y el asalto a los derechos humanos en los gobiernos de izquierda marxista populista. Todos recordamos la magnífica entrevista de Ana Pastor a Rafael Correa donde mostró su lado más arrogante y machista. Todos recordamos la inequívoca condena del ya extinto PSOE centrado y socialdemócrata ante el asalto a las libertades civiles en regímenes totalitarios. Hasta 2012, cuando empezó el blanqueamiento del régimen de Maduro y siguió el silencio con todos y cada uno de los sistemas liberticidas del socialismo del siglo XXI.
Yo recuerdo perfectamente cuando la socialdemocracia patria pasó de alarmarse ante las aberraciones económicas, fiscales y monetarias del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner a ponerse de perfil o incluso justificar el expolio a los ciudadanos argentinos como si fuera una fatalidad y no una política extractiva y confiscatoria. Todo cambió con la llegada de Podemos y el asesoramiento de ciertos líderes socialistas a dictadores latinoamericanos engañados por falsas promesas de “dialogo”. De repente, en España y Europa se ha blanqueado a líderes del mal llamado socialismo del siglo XXI en su incansable asalto a las instituciones democráticas y la libertad.
Con el auge mediático y luego político de Podemos, alentado además desde la derecha más miope y estratégicamente estulta de la historia, llegó el blanqueamiento mediático de todo régimen liberticida e ideología antidemocrática siempre que sea de izquierdas (o sirva a la izquierda para llegar al poder, como algunas teocracias que ahorcan a homosexuales ante el silencio de ese progresismo tan selectivamente indignado).
Un marxismo liberticida que había sido condenado a donde merece: el fondo del pozo de la historia. Y hoy, cortesía del grupo de Puebla y las narcodictaduras que les financian, tenemos a una izquierda que compite con la de 1934 en golpismo, sectarismo y odio.
Sí, Podemos, Izquierda Unida y ahora Sumar, los mismos que votan en contra (¡en contra!) de la petición europea de liberación de presos políticos en Venezuela y Cuba ante el silencio de una parte de la prensa que se rasga las vestiduras cuando alguien pide acabar con la impresión de moneda salvaje y el expolio fiscal. Ni una palabra sobre una ultraizquierda que blanquea todos los regímenes totalitarios sin pudor. Esos están en el gobierno y son “progresistas”. Anda ya.
Vivimos cada día el silencio ante la evidencia de que los socios preferentes de la socialdemocracia española acatan la constitución “por imperativo legal” y nadie se rasga las vestiduras, pero rápidamente se llama “ultra” al que pide dejar de asfixiar a las familias y empresas y que acata la constitución por convicción.
La ola antisistema no es Javier Milei por reclamar que se deje de empobrecer a los argentinos. La ola antisistema ya la sufren los argentinos desde principios de los 2000 y en España la lidera un marxismo liberticida que está en el gobierno, que en Latinoamérica está en el gobierno en Venezuela, Cuba, Nicaragua (la que no se puede nombrar, que se enfadan “los progres”), Chile, Brasil y Colombia, que en España nos ha encerrado, expoliado y amordazado aprovechando una crisis sanitaria, que gobierna por decreto ley y con acuerdos a puerta cerrada y que, además, no solo no esconde, sino que se vanagloria de defender las dictaduras más abyectas y la aberración intelectual y política que es este marxismo gramsciano que cabalga contradicciones uniéndose a narcotraficantes, terroristas y dictadores, quien sea con tal de mantener el poder. Un marxismo cultural que se apropia de causas que todos defendemos para ejercer el control y eliminar libertades civiles… y además perjudicar a los que finge proteger.
La ola antisistema la lideran los que nos intentan convencer de que dos más dos suman veintidós, que han destruido países ricos como Argentina con un aumento de base monetaria anual superior al 50%, “imprimiendo dinero para el pueblo”, “política monetaria inclusiva” como lo llamaba Axel Kicilloff, buen amigo de Podemos y de Sumar y ex ministro de economía de Fdez de Kirchner. Miseria y extorsión. Silencio total de la socialdemocracia durante años.
¿No les sorprende que la socialdemocracia que hoy se rasga las vestiduras por el avance de Milei no dijera nada ante el desplome reciente del peso cubano y el empobrecimiento masivo de su población, ante el asalto a los derechos humanos de la dictadura de Ortega y de Maduro, ante el asalto a las libertades y propiedad privada de Frente Amplio en Chile o el encumbramiento de un ultra de verdad financiado por el narcotráfico?
Ese consenso socialdemócrata que va de riguroso mientras difunde mentiras gubernamentales se mantuvo en silencio ante el cúmulo de aberraciones económicas llevadas a cabo por Alberto Fernández, gran amigo de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, que ha llevado a Argentina a una inflación de más del 100%, 39% de pobreza, un país rico en todo lo que demanda el mundo y sin reservas, y además una bomba de relojería de deuda remunerada del banco central superior al 12% del PIB que supondrá una brutal devaluación adicional a futuro. Esa bomba de relojería es el regalo que le ha dejado Fernández y su política “inclusiva” a todos los argentinos. Un socialismo del siglo XXI que ha destruido el 98% del valor del peso y ha dejado 18 millones de pobres. Muy inclusivo todo.
Eso, amigos, es la ola antisistema, anti-libertad y ultra que sufre Argentina, Latinoamérica y España. Y en cada país, la incauta socialdemocracia acude al ya bien conocido “aquí no va a pasar”, “no, hombre, eso aquí no”… Y pasa.
Ola antisistema y miseria generalizada es lo que ha creado en Argentina el socialismo del siglo XXI, que es igual que el del siglo XX, miseria y enriquecimiento obsceno, eso sí, de sus líderes políticos.
Si los socialdemócratas hubieran denunciado el expolio y asalto a las libertades del Kirchnerismo, de las dictaduras de Ortega, Castro o Maduro o del avance del marxismo liberticida en América y España (que hoy está en el gobierno) con la misma vehemencia y contundencia con la que se alarma ante el avance de un economista libertario, hoy Europa y Latinoamérica estarían mucho mejor.
Usar el término «ultra» para Milei es equivocado, pero llamar progresistas a Kirchner, Ortega, Boric, Lula, Petro, Díaz o Iglesias, que son los verdaderos ultras antisistema es el mayor error de nuestro tiempo.
Lo triste es que, cuando estos ultras marxistas antisistema toman el poder y asaltan las instituciones y los sistemas de contrapesos de las democracias, a los primeros a los que purgan, expulsan y cancelan son a los socialdemócratas que les blanquearon y encumbraron. Ya está ocurriendo con periodistas y miembros de la sociedad civil en todos los países mencionados.
La ola ultra no es Milei. La ola ultra gobierna hoy Argentina y también nuestro país.