Lo que exige Trump de la UE es equivalente a lo que piden Draghi, Letta o las organizaciones empresariales. España es un país de microempresas que no crecen por los desincentivos regulatorios. Las barreras al comercio dentro de la UE generan costes equivalentes a un arancel del 45%

El plan antiaranceles de Pedro Sánchez es, en realidad, proaranceles, ya que mantiene todas las trabas, impuestos y aranceles internos y solamente ofrece a las empresas la ayuda innecesaria de endeudarse y participar en más comités absurdos e innecesarios. Las empresas tienen una oportunidad de oro tras años de silencio y aguantar cargas innecesarias y contraproducentes sin rechistar.
Deben exigir a las autoridades nacionales y europeas que levanten las barreras internas y que reduzcan sus aranceles y trabas al comercio.
En realidad, lo que exige la Administración Trump de la Unión Europea es prácticamente equivalente a lo que piden las organizaciones empresariales, Mario Draghi o Letta, y que necesitan las empresas europeas y españolas para competir y crecer como merecen.
España no tiene un problema de empresariado, de talento o de capacidad productiva, tiene un problema de excesos impositivos y regulatorios. No solo empeoran nuestra competitividad, sino que funcionan como un grave desincentivo al crecimiento empresarial, ya que las empresas abandonan sus posibles proyectos de crecimiento ante la voracidad fiscal y normativa que las asfixia. España, efectivamente, es un país de pequeñísimas empresas, casi todas microempresas, que no crecen por desincentivo normativo y regulatorio.
Hablemos de los aranceles internos a los que se enfrentan las empresas españolas. Según el informe Competitividad Fiscal 2023 del IEE, las empresas en España sufren un esfuerzo fiscal un 17,8% mayor que la media de la Unión Europea, y la presión fiscal normativa es un 24,1% más elevada que el promedio europeo. Esto es relevante, además, porque el esfuerzo fiscal en los países socios de la Unión Europea es ya de por sí asfixiante. Adicionalmente, la asfixia burocrática y regulatoria en las empresas le cuesta a España alrededor de 90.000 millones de euros anualmente, casi el 6% del PIB. Esto equivale a unos 4.700 euros por hogar. Las pequeñas y medianas empresas destinan una media de 322 horas al año a trámites burocráticos, una auténtica barbaridad.
Según el FMI y el informe de Conference Board «El coste de los aranceles internos», las barreras al comercio dentro de la Unión Europea en el sector manufacturero generan costes equivalentes a un arancel del 45%, y en el sector servicios, los costes derivados de estas barreras son todavía más altos, equivalentes a un arancel del 110%. Si se levantaran estas barreras, el FMI estima que la productividad total de los factores aumentaría un 7% en pocos años.
Para las empresas europeas, el coste del gas natural es casi el triple que el de las empresas estadounidenses, y el coste de la electricidad es casi el doble, al estar ambos plagados de impuestos y cargas regulatorias.
Las empresas deben aprovechar este entorno en el que se abre el debate sobre las barreras arancelarias y no arancelarias que se imponen a Estados Unidos para que la Unión Europea y España eliminen sus trabas y aranceles. Las empresas españolas no necesitan que Cuerpo y Sánchez las protejan dándoles préstamos impagables, sino que les quiten la bota del cuello.
El informe Draghi, que resaltó las gigantescas barreras arancelarias ocultas, se publicó hace más de un año. No se ha hecho nada. La Comisión Europea lanzó a bombo y platillo una cosa llamada la «brújula de la competitividad» y, desde entonces, solo hemos visto excusas y palabras bonitas, pero el normativismo y las regulaciones absurdas permanecen.
La Unión Europea está alerta ante el riesgo de que la batalla comercial entre Estados Unidos y China lleva a que nos inunden de productos baratos chinos para solventar la sobrecapacidad productiva del gigante asiático. Sánchez se ha lanzado a una irresponsable gira por China, en la que no solo no ha pedido que se elimine ninguna de las gigantescas barreras al comercio del estado chino, el sexto con mayores barreras arancelarias y no arancelarias del mundo, según Trade Barrier Index, sino que ha vuelto con un acuerdo que hace más fácil que China dispare sus adquisiciones y ventas en España y Europa sin contrapartida real mesurable. Lo triste de esta irresponsable concesión es que se une a los agravios que sufren las empresas con respecto a Marruecos y nos lleva a pasar de depender de Rusia a depender de China y Rusia.
Si las empresas aprovechan esta negociación y exigen a nuestros líderes un acuerdo potente con Estados Unidos, podremos competir en mejores condiciones y ganaremos todos, los estadounidenses y todos los europeos. Si no aprovechamos esta oportunidad, se disparará el riesgo de que, dentro de unos años nuestro tejido empresarial, que ya está malherido, haya sido demolido desde dentro. Los gobernantes siempre hablan de recuperar y fortalecer la industria, pero la realidad de los últimos años es que lo único que aprueban son regulaciones absurdas que ponen más palos a nuestra competitividad. En China legítimamente, ven la oportunidad de asaltar Europa ante el error de que nuestros líderes sigan destruyendo el tejido empresarial. Tenemos dos posibilidades. Negociar o perder. Me niego a creer que vayamos a perder.