Japón acaba de publicar su presupuesto y va camino de lanzarse a otro año de crecimiento paupérrimo. Las estimaciones del Gobierno y el Banco de Japón parecen, de nuevo, destinadas a ser incumplidas.
Y Japón importa. Porque es un ejemplo de lo que no debemos hacer en el resto del mundo. Tras dos décadas de estancamiento.
The Economist vuelve a situar a Japón entre las 20 economías con menor crecimiento para 2017, y estimaciones de 0,5% anual entre 2017 y 2021.
El primer problema del presupuesto es el enorme endeudamiento. Los ingresos cubren alrededor del 60% de los gastos en el presupuesto. El resto será emitir deuda, que ya supera el 229% del PIB. Los Neokeynesianos de “da igual porque los tipos son bajos” ignoran que casi el 20% del presupuesto se va en pagar intereses aunque el coste de la deuda sea muy bajo (hoy el bono a 10 años tiene un coste de cerca del 0,10%). Pero además, parece que da igual que el Banco de Japón se “coma” la enorme mayoría de esos bonos, que acumula más del 35% de los bonos emitidos por el Gobierno y hoy tiene la mayor cantidad de ETFs del país, camino de ser el mayor accionista de 55 de las empresas del Nikkei a finales de 2017 y ya uno de los cinco principales en 81. Vamos, lo más parecido a un esquema piramidal que uno se pueda imaginar.
El presupuesto publicado muestra la bomba demográfica que sufre el país y de la que en Europa deberíamos aprender… Una población que envejece rápidamente no se soluciona con gas de la risa monetario. Más del 40% del presupuesto se va a pensiones y sanidad.
Pero encima ese gas de la risa monetario no garantiza las pensiones, que volverán a recortarse en 2017-2018 por la insostenibilidad del sistema. Otro ejemplo para los que dicen que las pensiones se garantizan aumentando impuestos. No ocurre ni en Japón.
Y ese es el gran problema, se intenta solucionar con el subterfugio monetario el impacto de tendencias mucho más relevantes, como es la demógrafica. Y aumentando impuestos y disfrazando ese problema, introduciendo enormes planes de estímulo inútiles solo se pospone lo inevitable.
Usted dirá que “qué más da”, si no hay inflación. Sin embargo los salarios reales en Japón están a mínimos de dos décadas. Y la renta disponible sigue erosionándose. En realidad el único beneficiario del desastre monetario de Japón –que no deja de ser un robo lento al ahorrador bajo la falsedad de la promesa del “contrato social”– es el Gobierno, que se endeuda eternamente manteniendo los problemas de “intereses especiales”, desequilibrios, conglomerados industriales dependientes del poder político y políticas inflacionistas que solo estancan más y dejan una economía menos capacitada de solventar vía productividad e iniciativa de valor añadido los problemas demográficos y el agujero dejado por décadas de estímulos.
Que nos sirva de aviso, porque estamos copiando los errores del país nipón, pero sin su disciplina y su tecnología.
Casi nadie escarmienta en cabeza ajena, los políticos: nunca.