La inflación es el impuesto escondido, y los gobernantes siempre intentan esconder la pérdida de poder adquisitivo o culpar a cualquiera menos al único que hace que la mayoría de precios suban a la vez: Imprimir dinero muy por encima de la demanda real del mismo.
El IPC en abril refleja un aumento del 4,1%, ocho décimas en tasa anual. Los alimentos suben un 12,9% en tasa interanual. Adicionalmente, en tasa intermensual, la carne sube un 1,2%, el pan y cereales un 0,5%, el azúcar y confituras un 1,6%, las prendas de vestir un 8,3%, los servicios de alojamiento un 12%, los carburantes un 1,1%, el calzado un 5,5%… Todo esto en un mes.
El fracaso del gobierno a la hora de contener la inflación es evidente. El IPC ha aumentado un 15,18% desde que gobierna Sánchez. La subyacente ha subido un 13,25%. Desde diciembre de 2019 la inflación (IPC) ha subido un 13,9% y desde diciembre de 2021 un 9,3%
Como explica el doctor Juan Manuel López-Zafra, es falso que la subida de la inflación subyacente se esté moderando, como afirma el gobierno de España. La tasa de variación en dos años ha sido, en enero, de un 9,57%, en febrero 10,83%, en marzo 11,12% y en abril 11,29%
Pues nada… a imprimir moneda con «mirada expansiva» como exige el programa del PSOE que pedía monetizar todo el gasto público o el de Sumar que pide lo mismo.
Se nos intenta convencer de que hay que elegir entre inflación y crecimiento, pero es una disyuntiva falsa. Inflación es empobrecimiento generalizado y, desde luego, no implica que haya crecimiento. De hecho, la evidencia de España es la estanflación.
¿Que no hay estanflación? Si el PIB no se ha recuperado entre diciembre de 2019 y el primer trimestre de 2023, la deuda pública ha aumentado en 300.000 millones de euros y la inflación acumulada en ese periodo es del 13,9% según el INE, es incuestionable que España está en una grave estanflación.
La inflación es la evidencia de un peligroso desequilibrio que empobrece a todos. Es la muestra de la pérdida generalizada del poder adquisitivo de la moneda y una transferencia de riqueza de los sectores productivos y las familias al gobierno, que es el único beneficiado por la inflación ya que recauda más y diluye parte de su endeudamiento. Pero el voraz estado deficitario ni siquiera es capaz de reducir sus desequilibrios con la inflación. Se embarca en aún mayor gasto, asume que los ingresos extraordinarios son recurrentes y en vez de reducir la deuda, la aumenta.
Aquellos que defienden el inflacionismo como una forma de reducir la deuda se olvidan de que el primer inflacionista, el gobierno, se embarca en disparar aún más los desequilibrios tenga ingresos récord o no. Un gobierno que ha contado con todas las herramientas del mal llamado keynesianismo y deja un resultado todavía peor: Si Lord Maynard Keynes levantara la cabeza y viese al gobierno disparar los impuestos, aumentar el déficit estructural y empobrecer a todos los ciudadanos con la mayor caída de poder adquisitivo de la Unión Europea, exigiría que no se utilizase su nombre para justificar este desastre.
El crecimiento no viene del endeudamiento, el gasto público y la inflación. El crecimiento llega con el ahorro y la inversión prudente.
Lo que estamos viviendo es una lenta expropiación de la riqueza creada por el sector productivo con el único objetivo de inflar masivamente el gasto político con una estrategia extractiva y confiscatoria. La inflación es un robo.