Francia es un país tan socialista que, en las encuestas, los cuatro candidatos parten con un 20% de intención de voto cada uno. El elector tiene una amplia variedad a elegir: el socialista, el socialdemócrata, el comunista y el nacional-socialista.
Lo más curioso del discurso generalizado es el análisis sobre el aumento del populismo antieuropeo. Porque Francia demuestra que el avance del populismo no es una consecuencia de la austeridad. En Francia no ha habido austeridad, como demuestra de manera contundente el banco francés Natixis (A big misunderstanding: The French think that there has been austerity). No solo el gasto público y el sistema estatal han aumentado, sino que desde años lleva a cabo una política mal llamada “expansiva”, a pesar de llevar dos décadas en estancamiento. Francia es el ejemplo de que la evidencia del fracaso del estatismo se achaca a que no había suficiente estatismo.
Y, ante un diagnóstico equivocado (“el populismo es por culpa de los –inexistentes- recortes”), aparece la solución errónea (“el populismo se combate con más estatismo”), que lo que hace es blanquear el equivocado mensaje de las soluciones mágicas y, con ello, lleva al elector a pensar que, puestos a elegir, vamos a por el que prometa las mayores entelequias.
Entre ellas, hay pocas cosas más ridículas que la promesa populista de que todo va a ir estupendamente si salimos del euro y hacemos impago.
En una entrevista delirante con Melenchon, el candidato populista de la ultraizquierda, decía que él contaba con la “bomba atómica”. Dejar de pagar la deuda. Un campeón. “Si dejamos de pagar la deuda, la economía no sufre, solo sufren los banqueros”, dijo el genio. Al otro lado de la esquizofrenia económica, en la ultraderecha, el partido de LePen afirmaba que “el 70% de la deuda francesa está emitida antes de la unión monetaria, por lo tanto se puede redenominar en francos”. Y se quedaron tan panchos.
Se les olvidó que su país es deficitario y que no puede financiar esa enorme cantidad de gastos por encima de sus ingresos.
Se les olvidó que más del 40% de la deuda francesa está en los planes de pensiones, seguridad social y ahorros de sus ciudadanos, con lo cual hundiría su amado estado de bienestar.
Se les olvidó que para financiar un gasto público de más de 1.242.785 millones de euros (el 57% del PIB) necesita un mercado secundario que avale la política monetaria del Banco Central Europeo y una moneda que se acepte globalmente como reserva.
Se les olvidó que, haciendo impago de la deuda, la prima de riesgo de las pymes y familias de su país se dispara y se seca el crédito.
Se les olvidó que su sistema financiero local supone tres veces el PIB de Francia y que, si lo envía a la quiebra, adiós depósitos.
Lean “las consecuencias reales de un impago”.
A todo populista siempre se le ocurre la brillante idea de hacer lo que nunca ha funcionado y pensar que ésta vez va a ser diferente. Melenchon y LePen, como el resto, miran a Venezuela o Zimbabwe y piensan que no ha funcionado porque no estaban ellos al mando.
Se les olvidó que semejante destrozo no lo soluciona imprimiendo francos, porque ignora la historia y el desastre que supusieron las políticas inflacionistas en Europa, siempre con el mismo resultado. Hundir la economía y echar la culpa al enemigo exterior. Inflacionismo, guerra y vuelta a empezar.
La falacia de que se van a solucionar problemas estructurales devaluando está más que desmontada por la realidad. Y, encima, llevando a cabo la misma política monetaria mal llamada expansiva, dentro del euro, se creen que el problema es que no se devalúa todavía más. Francia lleva diez años con una política fiscal y monetaria expansiva, como muestra Natixis, y piensan que el problema es que no fue suficiente. Que no funciona porque no lo hicieron ellos.
Se hunde al ciudadano medio, empresas y familias, se dispara el coste de las importaciones y la capacidad de financiación de ese estado que algunos vanaglorian, se desploma.
Lecciones de la historia económica de Francia, que comento en “Viaje a la Libertad Económica” (Deusto). Entre 1790 y 1793 se emitieron en Francia 3.500 millones de papeles llamados Assignats, que pronto perdieron un 95% de su valor artificialmente decidido por los políticos, al inundar el sistema de moneda artificial no soportada por bienes reales y ahorro. Por supuesto, los precios de los alimentos básicos se dispararon con la pérdida de valor de dicha moneda. El Ministro de Finanzas, Claviere, echó la culpa a… los tenderos, y a los “comerciantes” y prometió forzar las máquinas e imprimir más dinero. ¿Les suena? Como Maduro o Allende o… si cumplen sus amenazas, Le Pen y Melenchon. Verán.
Los precios continuaron subiendo inexorablemente. El dinero valía cada vez menos y, por tanto, los bienes y servicios costaban cada vez más. De libro. ¿Y qué hicieron para suplir el error? Imprimir más, subir impuestos y confiscar propiedades, hundiendo la inversión real y el comercio ante la falta de seguridad jurídica. Los jacobinos introdujeron la «Ley del Máximo» prohibiendo subir precios. ¿Les suena? Kirchner, Maduro… A la vez, castigaban con cárcel y la guillotina a quien rechazase el pago mediante papel moneda. Tan solo consiguieron que cerrasen las tiendas, que simplemente no querían esos papeles de colores que ya no valían nada.
Y eso que en aquella época el estado no estaba endeudado más del 100%, con más de un 40% de esa deuda en manos de familias, con un déficit estructural y un gasto público de casi el 60% del PIB.
Esto, señores, es lo que quieren repetir, con el argumento de que “esta vez es diferente”.
Qué curioso que todos los inflacionistas populistas siempre hablen de Estados Unidos y el dólar para justificar sus tropelías monetarias y se olviden de ser una moneda de reserva, un mercado secundario que funciona y una economía de mercado, atractiva y dinámica. El dólar no es la moneda de reserva global porque lo decida un comité en un círculo en un autobús. Lo es porque el mundo confía en todo lo que significa su economía.
Recuerdo un episodio de Juego de Tronos en el que decían “a él no le importaría arrasar a fuego el reino con tal de ser el rey de las cenizas”. Esa es la estrategia. Hundir para luego autoproclamarse como salvador único, como solución a su propio sabotaje. Pobre Francia.