Nos enfrentamos a un 2017 que va a ser crucial para la eurozona y al que no nos podemos enfrentar repitiendo la política del avestruz. 2016 debería haber sido una señal de alarma para una Europa ensimismada.
El referéndum del ‘brexit’, la consulta constitucional de Italia y las elecciones en EEUU han sido shocks para el pensamiento único. Pero, desafortunadamente, ante la evidencia de que el mundo se mueve en sentido contrario a lo que desea el statu quo, la respuesta ante estos retos suele articularse bajo el subterfugio de “más Europa” que puede traducirse fácilmente como “más burocracia”.
Los retos de la economía europea son muy relevantes. Tras casi dos años de masivos estímulos monetarios y el olvido absoluto de unas exigencias de austeridad -que no eran más que una ligerísima moderación presupuestaria-, la eurozona se enfrenta a un mundo muy diferente al que deseaba ese pensamiento único:
– Las exportaciones de la eurozona se han estancado y no es casualidad que haya coincidido con la política devaluadora. Han caído hasta octubre -última cifra- un 5% anualizado, con un monstruoso plan de estímulos y devaluación del euro contra el dólar. Se estancaron en julio de 2015 y no han recuperado dinamismo desde entonces. Por supuesto, el mantra de la devaluación como panacea vuelve a fallar, pero creo que es importante que se entienda que la eurozona es un gran perdedor de la ralentización del comercio global y del incremento del proteccionismo, fuera y dentro. Uno de los pocos datos positivos de la renqueante recuperación europea es la aportación del sector exterior al PIB, y el superávit comercial -que ha sido el gran motor de esa mejora-, se ha reducido en casi 3.000 millones de euros en octubre.
– La deuda y el gasto público de la eurozona llevan a que la presión fiscal alcance máximos históricos. La deuda se ha reducido ligeramente en los dos últimos años a un 90,7%, pero el gasto público ya supera el 48% del PIB, y el déficit se ha reducido en menos de 4 décimas. Sin embargo, la presión fiscal -de un 41,4% del PIB- ha alcanzado máximos históricos según la OCDE ante la decisión de ser lentos en esa reducción del déficit. Ese aumento de la presión fiscal, aunque se haya contenido en 2016 con los últimos datos, hace a la eurozona menos dinámica y con menos capacidad para atender retos económicos globales.
– El problema bancario que no se termina de solventar. A pesar de los esfuerzos de las entidades en aumentar capital, la media estimada de necesidades de capital de la banca europea se mantiene entre 150.000 millones de euros y 250.000 millones en las estimaciones más agresivas. Una banca que -en activos totales- sigue pesando demasiado, más del 300% del PIB de la eurozona, y que sigue siendo el principal financiador de la economía productiva -más del 80% comparado con un 20% en EEUU-. Pesa, y mucho, ese escollo bancario que los estados no quieren perder porque es un brazo esencial del control políticos.
– El error de perpetuar la sobrecapacidad. La utilización de capacidad productiva industrial, tras años de estímulos, sigue alrededor del 80%, es decir, mantenemos una sobrecapacidad ociosa casi permanente del 20%. Es una locura intentar solucionar los problemas de la eurozona con más sobrecapacidad o -todavía peor- estimulando la demanda interna con efectos placebo que generan un impacto muy bajo y un embudo que acumula más deuda y más ineficiencias.
Con estos escollos se presenta una Unión Europea ante un reto muy complejo. Enfrentarse a un mundo que, tras los acontecimientos norteamericano y británico, va en el sentido de fortalecer las políticas de oferta -reducir impuestos- y poner más dinero en el bolsillo del ciudadano. No es una tendencia aislada, si analizamos las economías emergentes también veremos que Brasil se ha comprometido a limitar el gasto público durante veinte años para bajar la presión fiscal, dejar respirar la economía y que se desarrolle el consumo y el sector privado.
Adicionalmente, el aumento del proteccionismo a nivel global -del que, no lo neguemos, la eurozona ha sido en parte culpable- nos muestra el tremendo error de perpetuar sobrecapacidad y tomar medidas anti-consumo y limitadoras del crecimiento -subir impuestos-. Con un desempeño pobre del sector exterior a pesar de estímulos y devaluaciones, es una locura inflar de mayor sobrecapacidad a la economía europea, ya que aumenta costes fijos, deuda, hace la economía menos dinámica y redunda en mucha mayor presión fiscal y menor capacidad de salir de entornos recesivos. La Unión Europea no puede acostumbrarse a ser la última y la que más tarde en salir de las crisis por perpetuar un modelo poco ágil, burocrático e intervencionista.
Estas señales se intensificarán en 2017, con las elecciones francesas, la lenta pero inexorable ralentización china, las medidas para atraer inversión reduciendo escollos fiscales en Asia y Latinoamérica y la volatilidad de las materias primas que afecta a las economías dependientes de las mismas. La respuesta no puede ser lo que algunos llaman “más Europa”, que es menos libertad y más burocracia. La respuesta debe ser “mejor Europa”. Mayor agilidad, crecimiento y atracción de capital. No la deificación del intervencionismo. Si no, estaremos preparando los cimientos de otra crisis de la que culparemos a cualquiera menos a nosotros