Publicado en Expansión, 25/9/2014 (expansion 2592014)
El Banco de España ha constatado, en su informe mensual, una moderación del crecimiento de la economía española que rápidamente ha llevado a algunos analistas a anunciar caídas de la actividad y certificar fracasos. Nada más lejos de la realidad. La desaceleración es síntoma de normalidad en un proceso de recuperación que es indudablemente frágil. Contamos con bases más sólidas de lo que comentan los profetas del desastre, que, curiosamente, no encontraban nada más que brotes verdes en 2009.
El lento y duro cambio de modelo productivo de España no es inmune a los vaivenes de la economía global. La OCDE ha reducido sus estimaciones de crecimiento, tanto para la eurozona como para el conjunto global y China está creciendo muy por debajo de las expectativas.
Pero debemos entender que la economía está mejor preparada para el crecimiento al dejar atrás la locura inmobiliaria y de obra civil que nos llevaron a un agujero en la balanza comercial de casi el 10% del PIB y déficits anuales del 10-11%.
Orientar la economía hacia las exportaciones de bienes y servicios, que ya suponen un 34% del PIB, es un importante paso. Estimular la demanda interna artificialmente llevó a nuestro país a una sobrecapacidad industrial del 25% que genera desequilibrios muy profundos acumulados durante una década y que no se solucionan en dos años. Sobre todo cuando reaparecen las tentaciones políticas de “tirar de la chequera”.
La ralentización del comercio global, ya comentada por la Organización Mundial del Comercio en marzo, afecta a nuestras exportaciones, así como el estancamiento de Francia, que es el mayor socio comercial de España. Y a pesar de ello, las exportaciones subieron un 8,7% en julio, hasta alcanzar 21.600 millones de euros, la cifra más alta de la historia. No solo alcanzamos cifras record de exportaciones sino que ganamos cuota de mercado, cuando la mayoría de países de la OCDE la pierden.
Es por ello que merece la pena entender la bajada de estimaciones de crecimiento en Europa, pues viene en gran parte del mencionado problema de Francia, que sigue rechazando llevar a cabo las urgentes reformas que necesita su economía.
Sin embargo, los indicadores adelantados, los índices manufactureros (PMI de Markit) europeos siguen en expansión. El crecimiento esperado es, por tanto, moderado, pero no parece indicar una recesión.
En este entorno, la moderación del crecimiento del empleo, la inversión y del consumo en España no nos puede sorprender tras nueve meses de crecimientos muy relevantes. Las ventas de empresas de servicios de julio crecían un 1,7% frente al 0,3% del año anterior. A pesar de la moderación observada, el PMI del sector se encuentra en niveles históricos. Si analizamos los indicadores adelantados, el impacto del tercer trimestre no parece poner de manifiesto un cambio de tendencia, sino una pausa en una trayectoria ascendente. La compraventa de vivienda ha crecido un 12% en el segundo trimestre y los indicadores siguen siendo expansivos. Así, las previsiones de crecimiento de España se mantienen en el 1,3%, con una mejora a casi el 2% en 2015 y una creación de empleo neta, en mis estimaciones, de 600.000 puestos de trabajo.
Todo ello nos lleva a analizar el informe del Banco de España como lo que es, la constatación de una pausa. Pero no debemos ignorarlo, y olvidar que el crecimiento sigue siendo frágil, muy por debajo del potencial de la economía y que ni España ni el resto de Europa pueden esperar milagros de la política monetaria. Acudir a las recetas mágicas de estímulos monetarios y retrasar las reformas no funciona. Japón veía su PIB desplomarse, y bancos como Citigroup bajaban sus estimaciones de crecimiento para 2014 a cero, a pesar de enormes planes de estímulo, dejando en evidencia las llamadas a que Europa “copie a Abenomics”.
El Banco Central Europeo puede comprar tiempo, pero no soluciona los desequilibrios de las economías. La política económica debe centrarse en aumentar la renta disponible, bajar impuestos y cercenar dramáticamente las trabas administrativas y burocráticas que impiden la rápida regeneración del tejido empresarial y la transición de pyme a gran empresa. El objetivo no debe ser crecer un 1-2%, sino un 3-3,5%, y crear mucho más empleo, estable y de calidad. Eso solamente va a llegar cuando la Unión Europea se olvide de intentar volver a 2007 con sus planes de gasto público descontrolado y se centre en un modelo de valor añadido, exportador y competitivo. Si no, el riesgo de volver a recaer pensando que el Banco Central Europeo es la solución a todos los males, como ocurrió en 2010, es muy alto.
Gestor de fondos. Autor de ‘Nosotros, los mercados’ y ‘Viaje a la Libertad Económica’
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