“Here it comes again, summer and lightning”. Jeff Lynne.
La Unión Europea es alrededor de un 9% de las emisiones de CO2 del mundo y el 100% de su coste. Adicionalmente, la Unión Europea es alrededor de un 7,2% de la población mundial, aproximadamente el 23% del PIB global y el 58% del gasto público-social.
La Unión Europea es alrededor de un 9% de las emisiones de CO2 del mundo y el 100% de su coste. Adicionalmente, la Unión Europea es alrededor de un 7,2% de la población mundial, aproximadamente el 23% del PIB global y el 58% del gasto público-social.
Como centro económico global, la Unión Europea se enfrenta a tres retos muy relevantes:
- El reto demográfico: La Unión Europea se encuentra con una población en tendencia decreciente y a la vez mucho más longeva. Casi el 20% de la población europea tiene 65 años o más.
- El reto tecnológico: La Unión Europea no es que esté perdiendo el reto tecnológico, es que no se ha presentado. Menos del 5% del Stoxx 600 europeos son empresas tecnológicas y el componente realmente tecnológico de las empresas que se incluyen en ese sector es más que debatible. La suma de capitalización de todas las grandes empresas tecnológicas europeas no alcanza al 40% de la capitalización de Amazon o Microsoft .
- El reto energético: La equivocada política alemana de intervenir de manera agresiva el mercado eléctrico eliminando la energía nuclear y subvencionando mal las tecnologías nacientes ha llevado a que casi se duplique el precio de la electricidad para el hogar medio y hoy dependa más de carbón y lignito y del gas ruso (lean “Una política que no debemos copiar”). Los precios de la electricidad para hogares en la Unión Europea son significativamente más altos que en EEUU, Canadá, Rusia o China y solo competitivos con Japón o Brasil (Comisión Europea, 2019).
Todos estos factores son extremadamente importantes a la hora de fortalecer el proyecto europeo y no acabar disparándonos en el pie con políticas equivocadas.
Si atendemos a las cifras y el impacto económico de la Unión Europea, la oportunidad de fortalecer la inversión medioambiental puede ser la gran oportunidad para despertar a la Unión Europea. Eso solo ocurrirá si se ponen tres objetivos esenciales: competitividad, competencia e interconexión.
Sin embargo, no es pequeño el riesgo de que la Unión Europea se embarque, de nuevo, en un costosísimo plan de elefantes blancos bajo la excusa verde y termine por no liderar el cambio tecnológico y encima puede poner en peligro su tejido empresarial llevando a la deslocalización generalizada.
La primera razón por la que tenemos que estar alerta ante los exigentes objetivos verdes que anuncia la Comisión Europea es que los gobiernos siempre han detestado e intentado evitar las principales consecuencias de una revolución tecnológica disruptiva. Los gobiernos detestan la desinflación y todavía más la destrucción creativa, ya que pone en peligro a sus mal llamados campeones nacionales y sus objetivos de aumento de precios (inflación).
Existe otra razón por la que muchos gobiernos, a pesar de los mensajes públicos, detestan un cambio de modelo tecnológico disruptivo: Siempre va a tener un efecto negativo en ingresos fiscales.
La primera razón por la que debemos ser cautelosos cuando los gobiernos se apropian de las revoluciones verdes es que son los gobiernos los primeros que salen negativamente afectados por el cambio disruptivo: menores ingresos fiscales, menos inflación y, no lo olvidemos, menos campeones nacionales que controlar a través del BOE local.
Ustedes podrán argumentar que esta vez es diferente y que los gobiernos desplazarán sus intenciones recaudatorias e inflacionistas a favor de objetivos medioambientales. El hecho real es que en una Unión Europea donde el gasto público no solo es intocable sino creciente, significa que el agujero fiscal e inflacionario lo va a cubrir el ciudadano medio con muchísimos más impuestos.
No hay nada malo en defender un cambio de patrón de crecimiento verde y disruptivo… Solo debemos saber que su coste es enorme y sus consecuencias reales son muy poco apetecibles para los redistribuidores de la nada. Un plan verde decidido desde Bruselas –me temo– no va a reducir los costes de la electricidad a los consumidores ni el coste de los bienes y servicios que consume. El cálculo más optimista nos muestra que el coste en activos regulados, redes e impuestos, supera con creces la aparente bajada del precio mayorista de la electricidad.
Cuando un área económica que es el 7% de la población y el 9% de las emisiones se presenta como la solución al 93% y 91% restante, la evidencia es que el aumento de costes para los ciudadanos europeos va a ser simplemente desproporcionada. Nadie que haga un análisis serio del coste necesario para conseguir los monumentales objetivos anunciados por la Comisión Europea puede llegar a otra conclusión que no sea de un aumento de entre un 30% y un 50% de los costes totales de la electricidad para empresas y familias en términos reales.
Ahora la cuestión no es negar la evidencia del enorme coste, sino cómo lo revertimos y convertimos una amenaza en una oportunidad.
1) Competitividad. Que los planes tengan como pilar fundamental que las empresas cuenten con una electricidad competitiva para mantener su actividad, inversión y empleo. Reducir las emisiones manteniendo alto paro, deslocalizando empresas y entrando en crisis no es una política ambiental, es un desatino. No existe escasez de capital privado para llevar a cabo las inversiones necesarias para atender a la transición energética. No se necesita dinero público ni rentabilidades garantizadas a 30 años. No se puede pretender un cambio tecnológico manteniendo vía subvenciones o ayudas encubiertas a los sectores obsoletos. Se deben eliminar son los incentivos perversos que esconden una aversión a la competencia.
2) Destrucción creativa. Los países de la eurozona deben entender que los ambiciosos objetivos medioambientales van a suponer el cierre y destrucción de empresas que hasta ahora consideraban bandera o campeones nacionales. Conglomerados industriales muy cercanos al gobierno local van a desaparecer. Solo se puede evitar el impacto en empleo y bienestar atrayendo mucha más inversión y capital de sectores de alta productividad y tecnología.
3) Menores ingresos fiscales. La transición energética va a decimar los ingresos fiscales de los gobiernos. El que no lo entienda está condenado a fracasar. Los ingresos por impuestos a energías fósiles, los ingresos generados por conglomerados industriales dinosaúricos y la propia estructura de las tecnologías disruptivas, que necesitan menos capital, menos mano de obra y consumen menos recursos, además de la eficiencia energética que implica menor consumo mientras aumentan los costes fijos regulados, llevan a un agujero fiscal que nadie parece querer entender en la Unión Europea. La única manera de compensarlo y mantener la ecuación que abre este artículo (porcentaje de gasto público vs. población y PIB) es atraer muchísimo más capital de otros sectores.
4) Interconexión. Una Unión Europea donde cada país quiere sostener a toda costa sus conglomerados semiestatales impidiendo la interconexión o retrasándola, parte ya del fracaso. O pensamos como Europa o pensamos como Francia, Italia, España o Alemania. Uno de los factores de falta de competitividad europea es la obstinación por mantener a países como islas energéticas con barreras innecesarias.
La única opción que evitará que el proyecto verde europeo se convierta en otra colección de elefantes blancos pagados por el contribuyente que genere deslocalización y estancamiento es entender lo que es un cambio disruptivo. No habrá cambio disruptivo si se quiere perpetuar a toda costa lo que ese cambio reemplazará.
La única forma de conseguir bajar los costes energéticos, cumplir los objetivos medioambientales y fortalecer el crecimiento económico y la posición de la Unión Europea es si es un éxito incuestionable y sin precedentes. Ese éxito parte ya con varios grilletes en los pies cuando se intenta impedir desde la regulación el efecto desinflacionista de la competencia y el avance tecnológico.
Como ciudadano, la verdadera revolución tecnológica verde me encantaría: baja la inflación, cae el peso del Estado burocrático y se democratiza el proceso de formación de precios mientras se elimina el control gubernamental de un sector clave, el energético. Como ciudadano que no tiene amnesia, sé que pocos gobiernos, especialmente si están liderados por políticos anti-competencia y anti-mercado, aceptarán esa realidad.
Es por ello que en la Unión Europea nos debemos preocupar por la emergencia burocrática tanto como por el clima. Apple nunca habría desarrollado el iPhone si se beneficiase de mantener los teléfonos de pared.
Ya tenemos una religión de Estado: el cambio climático. Hemos vuelto a la Edad Media o, a lo mejor, nunca salimos de ella. Tenemos sacerdotes, dogmas, anatemas, excomuniones, Inquisición y el equivalente al auto de fe en el que el no creyente, o simplemente disidente, es quemado en la plaza pública, que ahora son las redes sociales. Tenemos el equivalente del anuncio del fin del mundo, que es la «emergencia climática», tenemos cifras «mágicas» como la de 2 grados y en vez de epidemias de peste, bajada voluntaria de población. Se me olvidaba toda la parafernalia milenarista. En fin, la Edad Media en todo su esplendor. Una maravilla.