Europa se enfrenta a unas elecciones clave. Tenemos mucho que decidir ante la evidencia de una política energética miope y fracasada, además de los enormes errores en política industrial, agrícola y ganadera.
El proyecto europeo es el mayor éxito de convivencia y prosperidad de este continente en siglos. Si queremos defender el proyecto europeo, no podemos tragar con las ruedas de molino que condenan a Europa al estancamiento.
Los partidos tradicionales han ignorado el descontento de la población ante las equivocadas políticas en fiscalidad, industria, agricultura, inmigración, o ante el desastroso resultado de esos planes de “estímulo” intervencionistas y despilfarradores. La respuesta siempre ha sido que los ciudadanos votan mal y que se fastidien, que ellos no saben. No es sorprendente que, ante la inacción y altanería de los partidos tradicionales, salgan alternativas que tomen esos problemas y respondan de manera radical. Si al menos los partidos tradicionales tuvieran como arma la razón de los datos, al menos se podría debatir, pero es que el problema es que encima de imponer un modelo intervencionista, el resultado es un fracaso de tal calibre que es difícil de comprender.
La Unión Europea siempre ha sido un proyecto de libertad, apertura, disenso y crecimiento. Eso es lo que hay que defender. Y defender Europa es rebelarse contra el intervencionismo.
El problema, amigos míos, es que la política tradicional ha dejado de atender a la realidad económica y social de Europa para mirar a otro lado y abrazar una planificación central miope y, como siempre, fracasada.
El mayor peligro para Europa no es el avance de los populismos de derechas, eso que llaman “ultraderecha”. ¿Qué es “ultra”?
Ultra es Sumar, Podemos, Más País, ERC o Bildu.
Ultra es el Grupo de Puebla y al Foro de Sao Paulo que blanquea todas las dictaduras comunistas.
Ultra es blanquear a los que exigen eliminar la propiedad privada y los contrapesos.
Ultra es Sánchez. Ignoren por un momento el logo del PSOE, el color rojo y el nombre y piensen por un momento qué diría la prensa ante un presidente de cualquier otro país que hace una ley de amnistía dictada por un prófugo a cambio de poder, que difunde cifras falsas desmontadas hasta por la ONU y suministradas por Hamás, que crea crisis diplomáticas con democracias liberales e impone un silencio ensordecedor ante el asalto a los derechos humanos de las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que habla de derechos LBGTBI y feminismo mientras blanquea y se asocia con teocracias donde se asesina a mujeres y homosexuales para atacar a la única democracia de Oriente Medio y el único país donde la libertad sexual y civil es total. Todo esto tragamos cada semana con Sánchez y con Díaz, mientras nos cuentan la mentira de que es por la convivencia y progresista. Si lo hace Orban, se crean ríos de tinta.
El problema ya ha llegado cuando activistas de ultraizquierda dictan políticas esenciales en Europa ante el silencio de conservadores y socialdemócratas.
Peor. Mientras el término ultraderecha se usa indiscriminadamente para liberales de la escuela de Hayek y Mises (no estatistas moderados), conservadores nacionalistas y populistas xenófobos, se blanquea a la ultraizquierda con términos edulcorados y amables como “progresista”. Y recordemos que el progresismo es al progreso lo que el carterista es a la cartera.
El debate económico y político está ya contaminado cuando el uso del lenguaje escora todo hacia el blanqueamiento del marxismo. Nadie que se considere demócrata y liberal puede blanquear al Grupo de Puebla ni callar ante el avance del intervencionismo.
Yolanda Díaz y Sánchez son la realidad del avance de los ultras. Los que atacan la libertad de empresa, la propiedad privada, la industria y a los que crean riqueza.
El debate político ya está contaminado y sesgado cuando desde medios y partidos se llama “ultra” hasta a los libertarios y “progresistas” a los comunistas que defienden a todas las dictaduras asesinas, que callan ante el asalto a los derechos LGTBI y de las mujeres en teocracias financiadoras de terrorismo.
Un proyecto como Europa no se hunde por el avance de minorías ultras. Se hunde por la inacción ante la realidad de un gobierno de ultraizquierda que representa todo lo que ha generado miseria y destrucción en la historia reciente: el socialismo.
Europa no está en estancamiento secular por casualidad o fatalidad, sino por unas políticas equivocadas que ponen como prioridad la burocracia y el dirigismo y ahogan la libertad de empresa, la innovación y la competitividad.
No es de extrañar lo que usted dice. La unión europea se fundó con unas ideas bastante liberales y se ha convertido en un monstruo. Cada diputado europeo cobra un pastón que no se justifica porque los que cortan el bacalao son los de Comisión en la línea de lo que hacen en sus países: hacen las leyes que invariablemente ratifican en el parlamento. Si a esto se le añade la troupe de funcionarios, la de visionarios sostenibles y la de otros más que se juntan al calorcillo de la subvención y la mamela, incluidas las ONG, ya está montado el cuadro. Si resucitaran los fundadores y vieran la situación, se volvían a morir.