“Promises, promises I’m all through with promises” (Hal David).
Hace unos meses, publicamos en EL ESPAÑOL un artículo titulado “El taxi arrasaría sin imposiciones arbitrarias”, y este fin de semana volvimos a ser testigos de una huelga por parte del sector.
Desafortunadamente, al sector le han convencido de que va a poder defender sus reivindicaciones desde la imposición y la prohibición. Y se equivoca. Mientras espero a ver si puedo llegar a casa tras volver de Londres, recuerdo que el alcalde de Londres prohibió Uber. Lo prohibió tanto que, de Marylebone a Heathrow, no he visto nada más que decenas de Uber.
Al sector del taxi le han dado el beso de la serpiente. Se han presentado como sus salvadores los mismos populistas intervencionistas que hunden al taxi a multas, requisitos arbitrarios, impuestos de todo tipo y penalizaciones constantes a su actividad como autónomos, taxistas, empresarios y conductores. Y les mienten, descaradamente. Los que les van a freír a impuestos les dicen que les apoyan. Un apoyo que no les pueden ni les van a dar y que, sin embargo, se cobrarán a base de mayores escollos a su actividad diaria.
El taxi no necesita la ayuda de Podemos. Tanto en Madrid como en Barcelona y tantos otros gobiernos del cambio, con ayudas como esas, mejor no tener apoyo.
Al sufrido taxista, ese que los municipios usan como cajero automático hasta ahogarle, le han convencido de que fastidiar a sus clientes es una buena forma de reivindicar sus legítimas propuestas. Les han convencido de que la mejor manera de luchar contra las evidentes injusticias que sufren es que esas injusticias se les impongan a los demás y a los clientes.
Les han convencido, en definitiva, de que el que les va a seguir expoliando con absurdas rigideces e impuestos arbitrarios es su aliado. El aliado de la mentira, porque esos populistas jamás han sido capaces de hacer algo que no pueden prometer. Volver a 1990.
Las VTC han mostrado que existe una enorme cadena de incentivos perversos y limitaciones al mercado
Un taxista no necesita que el populista le ponga la zancadilla y luego le tienda la mano. Con que no le pongan más la zancadilla les vale.
Un taxista no necesita que le prometan favores, lo que necesita es que le dejen trabajar sin ahogarle cada vez más a impuestos.
Un taxista no necesita poner a sus clientes en su contra con huelgas que solo hacen a los consumidores tomar una posición negativa y que se disparen las suscripciones a los competidores que pretenden limitar.
El enemigo del taxi no es la competencia, es la burocracia.
Yo he vivido la errónea estrategia del taxi intentando que la solución sea poner puertas al campo y que los demás sufran tanto como ellos. Lo he vivido en Londres, en Miami, en Bruselas. Y lo que los intervencionistas les prometían vía imposición no solo no se ha dado, sino que el consumidor ha terminado echando la culpa al sufrido taxista de los garrafales errores de estrategia de sus líderes de gremio.
La Asociación de taxistas no necesita exigir que todos estén tan maltratados como ellos y aplaudir al populismo que les maltrata: lo que necesitan es que les dejen competir sin ayudarles, que cada vez que les ayudan, les hunden. El taxi es el pagafantas de los intervencionistas que se presentan como sus salvadores.
Lo decía en el artículo de referencia y lo repito hoy. El sector del taxi necesita una solución a los agravios sufridos en el pasado, no que se los impongan a los demás.
El taxi es el reflejo de que el intervencionismo más absurdo lleva al negocio a un callejón sin aparente salida
Como decíamos hace meses: al taxista se le ha convertido en el cajero de los múltiples caprichos regulatorios y recaudatorios de unos gobiernos que dicen “defender el taxi” mientras lo exprimen como un activo cautivo.
Estos taxistas que se levantan a las cinco de la mañana e intentan sobrevivir al tsunami impositivo y a la aleatoriedad normativa tienen toda la razón al quejarse. Porque no es que haya aparecido la competencia con Cabify y Uber, es que estas VTC han mostrado, como hacen todas las tecnologías disruptivas, que existe una enorme cadena de incentivos perversos y limitaciones al mercado.
Los taxistas, como autónomos y trabajadores, no tienen ninguna dificultad ni problema por competir. Su voluntad es clara, y ya son competitivos si no tienen que cargar con la mochila de las arbitrariedades recaudatorias. Para ese taxista, ejemplar en su dedicación, Uber y Cabify no son el enemigo. Son la constatación de que le han engañado y asaltado durante años. Son el reflejo de que el intervencionismo más absurdo ha llevado al negocio del taxi a un callejón sin aparente salida. No porque los taxistas no sean competitivos, corteses o porque el servicio no sea excelente, que lo es, sino porque trabajan con grilletes en los pies y manos y con siete bolas impuestas desde unos políticos que -encima- llenan sus cuentas de redes sociales de mensajes de apoyo al taxi mientras le quitan hasta un 50% de sus ingresos.
El taxi no necesita que le bese la serpiente, lo que necesita es que le dejen de hacer favores con su propio dinero, ganado trabajando de sol a sol.