Nunca entenderemos por qué el socialismo es inmoral hasta que no comprendamos que no existe generosidad en el robo y la confiscación. Y que no existe un proyecto social ni una ayuda pública a los más desfavorecidos si no existe el sector privado. No hay sector público sin empresas y contribuyentes.
El gobierno no es el estado y el estado no rescata y concede ayudas con la generosidad del sector público, sino con los recursos y la capacidad de financiación que le da el sector privado.
No hay sector público sin sector privado.
El control del socialismo.
El socialismo es inmoral a su vez porque nos intenta convencer de la maldad del ser humano que debe ser controlada por la generosidad y justicia del político. Es completamente falso.
Desde el socialismo no se busca la prosperidad, sino el control. Eliminar el libre albedrío, la libertad individual, y el mérito. La libertad individual es, con mucha diferencia, nuestro principal don y nuestra principal responsabilidad. Nos permite crecer, aprender, desarrollarnos y desplegar todo nuestro potencial. La libertad individual es algo precioso. Es esta libertad individual lo que Santo Tomás de Aquino define como libre albedrío y lo asemeja con “un poder por el cual el ser humano puede juzgar libremente” y lo sitúa como centro de la capacidad de raciocinio.
Un ser humano que no usa la razón no tiene libertad individual. No existe libre albedrío sin razón y, por lo tanto, esta libertad de elección se orienta conscientemente hacia el bien.
Así entendido, no es de extrañar que los totalitarios e intervencionistas del mundo teman a la libertad individual más que a cualquier otra cosa. Porque es la esencia del ser humano.
¿Y no sería mejor hacer siempre el bien? Es un engaño del socialismo para limitar nuestra libertad. La mera idea de que un sujeto o grupo de poder va a moldear un ser humano infalible y virtuoso y, con ese ser humano, a toda una comunidad uniforme e intrínsecamente virtuosa es, simplemente, una falacia y lleva a la dictadura.
El libre albedrío no lleva al egoísmo, a la falta de cooperación y a eliminar la solidaridad. Todo lo contrario. John Stuart Mill en su ensayo “Sobre la Libertad” nos explica que el verdadero genio humano solo surge en libertad. El ser humano libre mayoritariamente tiene un sincero interés por el bien público.
Si pensamos que el ser humano y la iniciativa individual tienden al mal ¿sinceramente podemos creer que suprimir la iniciativa individual y la libertad y supeditarlas a un grupo de personas poderosas por tener liderazgo político va a hacer a la sociedad buena? La maldad no se elimina desde el control, al contrario, se incentiva. Una cosa es que los seres humanos libres, por acuerdo, pongan en común reglas para defender el bien y castigar al mal -de ahí la importancia de instituciones independientes- y otra que un grupo de seres humanos intente controlar al resto para imponer su idea de lo que es correcto.
El estado no es el sector público. Regulación, servicios públicos y engranaje institucional han existido siempre. Pero no tienen por qué ser de titularidad pública ni mucho menos ser de control y gestión gubernamental. Pero los intervencionistas siempre quieren que identifiquemos estado y servicio público con funcionariado y gestión política. Y es falso.
La verdadera libertad.
Un individuo verdaderamente libre es aquel que es plenamente consciente de las consecuencias de sus actos y que tiene capacidad para elegir qué acciones emprender. Un auténtico esclavo es aquel que rechaza la responsabilidad y se siente libre cuando se le permite alimentarse con las migajas que le dejan.
El miedo y la envidia son herramientas esenciales para destruir la libertad y son las armas del socialismo para tomar el poder. De ahí su profunda inmoralidad. La auténtica puntilla es suprimir la responsabilidad. Los promotores del socialismo nos presentan esta servidumbre como necesaria por nuestro propio bien, y utilizan palabras como social, solidaridad, justicia e igualdad para lograr todo lo contrario. Pero cuando fracasan, cosa que siempre sucede, ya están en el poder y, lo que es más importante, recurren a un socorrido chivo expiatorio: el enemigo exterior.
El socialismo que se nos vende como lo mejor “para el bien común” y como la solución “social, justa e igualitaria”, tiene que hacer que nos sintamos mal ante nuestro deseo natural de desarrollarnos, mejorar y alcanzar nuestro potencial individual. Lo llaman avaricia. Sin embargo, avaricia es acumular cantidades crecientes del fruto del trabajo, ahorro e inversión de los ciudadanos para las arcas del administrador gubernamental, que se presenta como un salvador con el dinero ajeno y como un libertador con la voluntad ajena. No existe nada más avaro que el concepto de “justicia social”, que es en realidad aleatoriedad política, porque parte de una falacia para justificar una inmoralidad. La falacia es que el crecimiento económico, la generación de riqueza, es un juego de suma cero y que para que unos ganen, otros tienen que perder.
Crecimiento económico y justicia social.
El crecimiento económico no solo no ha sido una suma cero, sino que la mejora de condiciones de vida, riqueza y acceso a bienes y servicios, salud y educación, se han multiplicado para miles de millones de ciudadanos. El desarrollo económico, la productividad y la eficiencia benefician a la inmensa mayoría.
Nos hablan del ánimo de lucro como algo indeseable, en vez de lo que es, la búsqueda de mejorar y conseguir nuestros objetivos y los de nuestra familia. Curiosamente, pocos agentes económicos tienen mayor ánimo de lucro que el gobierno, que vive de los demás. La inmoralidad es llamar justicia social al robo, y que un grupo de políticos y mal llamados intelectuales, que jamás han creado una empresa ni un empleo, se arroguen la facultad de determinar cuánto debe usted ganar y cuánto merece. Estas personas deciden que hay que redistribuir el fruto del éxito de unos y dárselo a ellos, que no han tomado riesgo ni creado nada ni generado bienestar. Para ello, los socialistas nos intentan convencer de que van a entregárselo a los pobres, como Robin Hood. Olvidan que Robin Hood le quitaba el dinero al estado –el príncipe Juan y el recaudador Sheriff de Nottingham- para devolvérselo a los contribuyentes. Y además, se escudan en las mal llamada redistribución para crear enormes redes clientelares donde se pierden los fondos que confiscan. Eso no es justicia, es una inmoralidad. Porque la justicia y fiscalidad progresiva ya existe, la redistribución ya existe.
Cuando hablan de “justicia social” hablan de la mayor inmoralidad posible: la confiscación de los frutos del progreso para beneficio del poder político. Penalizar el mérito y el éxito para premiar la mediocridad no es justicia social, es inmoralidad política.
La gran conquista del capitalismo es que no solo premia el genio y mérito de los que triunfan, sino que su éxito permite a su vez que millones de personas accedan a puestos de trabajo de mayor calidad y mejoren sus condiciones de vida.
El socialismo es inmoral porque no solo penaliza el mérito, sino que supedita a la población a ser dependientes del poder político. La promesa de igualdad de un gobierno intervencionista es la receta para el estancamiento, ya que los gobiernos solamente pueden igualar a la baja. Solo pueden empobrecer a los ricos, nunca enriquecer a los pobres, de modo que perjudican a todo el mundo. Ninguna nación ha hecho más ricos a los pobres haciendo pobres a los ricos.
Libertad individual.
Defender la libertad individual no significa que ignoremos a la sociedad. La sociedad es el resultado de una elección personal y consciente por la cual unimos por iniciativa propia nuestras necesidades y objetivos individuales y decidimos invertir en una forma de mejorar nuestras vidas. En última instancia, esto proporciona mejores resultados a la inmensa mayoría de la gente.
El estado no es el gobierno y la sociedad no es lo que decidan los políticos. Sin embargo “el estado”, que debe ser una comunidad de seres humanos libres que conforma una base de reglas de conducta y políticas encaminadas al bien común y a fortalecer la libertad y la capacidad de cada individuo de conseguir su desarrollo personal y familiar, se ha convertido en una especie de religión que impone la voluntad de una minoría sobre los demás. Nos intentan convencer de que el estado es el gobierno y que el servicio público debe ser gestionado y controlado por el aparato político. Falso. El estado Intervencionista como nuevo Dios, “la nueva divinidad ante la cual se protesta y se pide reparación cuando no satisface las expectativas que ha creado” como explica Hayek. El primer recurso para todo, no un instrumento de convivencia.
La sociedad no trata de hacer que las personas sean iguales, exigiendo que renunciemos a nuestros derechos individuales. La sociedad no ha sido creada para hacer que todos seamos iguales, sino para que todos seamos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos.
La sociedad y el libre albedrío no son enemigos. La sociedad y el poder absoluto sí lo son.
Es por ello que el liberalismo, que defiende una sociedad de personas libres y responsables, es la única alternativa moral y el socialismo una trampa inmoral.
Daniel Lacalle
Daniel Lacalle es Doctor en Economía, Profesor de Economía y Finanzas, Economista Jefe en Tressis y autor de Libertad o Igualdad, Viaje a la Libertad Económica y otros libros.
Estoy totalmente de acuerdo, pero a ver cómo se convence a la cuarta o quinta parte de los votantes de no votar a un partido de dictadores mediocres, cada uno de los cuales es un Stalin en potencia. A ver cómo se convence a los que piensan, como oí una vez, que «a mí lo que me gusta es que me digan lo que tengo que hacer». A ver cómo se convence a la cantidad de votantes que han olvidado los desastres de González y de Zapatero I El Nefasto. Ya ve Ud. las encuestas. A ver cómo se convence a ésos. No sé cómo vamos a salir de ésta con el elenco ministerial que tenemos, donde ninguno sobresale por nada y menos por sus pensamientos y acciones liberales.