A cierre de este artículo, el euro se situaba en su cotización más alta de los últimos tres años contra su principal cesta de monedas. Un movimiento que sorprende cuando el Banco Central Europeo está llevando a cabo la política monetaria más agresiva del mundo tras el Banco de Japón.
Un euro fuerte no es un problema para ningún ciudadano europeo. Los hogares europeos mantienen una gran parte de su riqueza financiera en depósitos. En el caso español, más del 41%. Adicionalmente, un euro fuerte hace que la inflación sea menor en los productos importados, principalmente materias primas energéticas y alimentos, generando un efecto riqueza importante. Si miramos el índice de materias primas entre el 6 de enero de 2017 y el 12 de enero de 2018 podemos comprobar que ha bajado en euros más de un 12%, mientras que se ha revalorizado en dólares. Para el ciudadano medio, un euro estable o fuerte es una bendición, y uno de los factores esenciales para la recuperación de la renta disponible.
La recuperación del euro no ha supuesto un problema tampoco para las exportaciones, a pesar de lo que intentan venderles los del Club de la Impresora. España ha aumentado un 53% el peso de las exportaciones en el PIB en los últimos cinco años y las exportaciones españolas en 2017 marcaron un récord, creciendo más que la media de nuestros socios, aumentando cuota de mercado global y, además, con un déficit comercial moderado.
Pero un euro fuerte es una mala noticia para los planificadores centrales, los estados endeudados y los sectores obsoletos o de bajo valor añadido que necesitan la subvención encubierta de la devaluación. Un euro fuerte destruye las expectativas de inflación –el impuesto de los pobres- del Banco Central Europeo, el aumento de beneficios de los sectores de baja productividad y pone en peligro la reducción de la deuda de los estados ineficientes, que hayan sido incapaces de reducir su déficit. La política monetaria, que se convierte en un asalto al ahorrador y eficiente para subvencionar al ineficiente, no funciona –buena noticia para las familias- en un mundo globalizado y economías abiertas.
A pesar de que el Banco Central Europeo mantiene tipos ultra-bajos y recompras mensuales de 30.000 millones de euros, no hay manera de devaluar como les gustaría.
El planificador central europeo debe rascarse la cabeza pensando por qué. La economía norteamericana acelera su crecimiento, las expectativas de inflación suben en EE.UU., el déficit comercial a mínimos de una década, la Reserva Federal subiendo tipos…. Y el dólar no se revaloriza. Muchos hemos errado en la evolución de la moneda norteamericana. Lo que no hacemos es decir que “hubiera sido peor” y que “hay que repetir”.
Un dólar contenido con una economía creciendo como es la norteamericana y, encima, reduciendo el déficit comercial, es una oportunidad para la Reserva Federal. Puede subir tipos y fortalecerse de cara a una ralentización global sin preocuparse por la moneda.
El problema para la Unión Europea es que si el BCE sigue intentando crear inflación por decreto no lo consigue, y además, pone la economía en mayores desequilibrios. Si se lanza a intentar contener el euro, mete a Europa en desequilibrios tan graves que generarán mayores problemas a medio plazo. Y si se propone contener el aumento de los riesgos, el euro subirá más. Y adiós expectativas de inflación.
Las estimaciones apuntan a que doce meses consecutivos con el euro/dólar por encima de 1.21 llevarían las expectativas de inflación en la Eurozona a 1,3% comparado con el 2% deseado, a que el aumento de los beneficios del Eurostoxx 100, estimado en más de un 8%, se vaya a 0%, ya que los exportadores de bajo valor añadido sufrirían en sus ventas y los bancos en sus márgenes por menor inflación y tipos demasiado bajos.
En medio de todo está China, que intenta fortalecer su posición mundial vendiendo dólares. Algunos piensan que si debilita el dólar y fortalece el oro solventarán sus desequilibrios financieros, pero es una entelequia. China ha aumentado su deuda en 2017 en una cantidad superior al PIB de Reino Unido, y su superávit comercial sufre con un dólar débil y un yuan artificialmente alto.
Todo esto nos lleva a la demostración empírica de que la guerra de divisas es una sandez en economías abiertas. Los planificadores centrales y sus baterías de analistas keynesianos se sorprenden de que las economías no funcionen como dictan sus hojas de Excel. Cambian la celda de aumento de masa monetaria, y no pasa lo que esperan que ocurra. Pero ellos no admiten sus propios errores. No lo achacan a que sus correlaciones y estimaciones están obsoletas y equivocadas, sino a que “no se hizo suficiente” y “hubiera sido peor” (lean a Paul Romer) y su fe religiosa en el intervencionismo se mantiene intocable.
Manteniendo el salvaje desequilibrio monetario, todos se equivocan en lo que esperan conseguir, y mientras tanto la deuda global se dispara, más de $16 billones en 2017 hasta máximos históricos, la inversión de capital es cada vez más pobre y en sectores de bajísima productividad, y la burbuja que crean es cada vez más peligrosa.
El BCE se debería preocupar de lo que realmente puede hacer, que no es crear inflación por decreto, sino monitorizar los riesgos de exceso de deuda, burbujas y desconexión con la realidad. Se debería preocupar por ejemplo, de que el bono a dos años de Grecia “cotice” a menor riesgo implícito que el 2 años de EEUU, lo cual es una monstruosidad.
No se preocupen. Si explota, nos dirán que fue por falta de regulación.