La caída generalizada de las bolsas en las primera semanas de 2016 no es por el crudo. El precio del petróleo es una consecuencia de un enorme exceso de oferta y la evidente ralentización global. Las bolsas reflejan un entorno en el que se cuestiona el crecimiento chino que, además, exporta desinflación al resto del mundo a través de la devaluación de su moneda.
En ese entorno, la caída de los precios del petróleo debería ser una buena noticia para las economías de los países consumidores. Y lo es. Pero no debemos equiparar –un error bastante frecuente- activos financieros con macroeconomía. Al fin y al cabo, para que las bolsas suban debe darse una combinación de aumento de perspectiva de beneficios empresariales, confianza en el mercado de deuda y mejora de las expectativas de crecimiento global.
Sin embargo, lo que hemos visto desde hace meses es una constante revisión a la baja de estimaciones de crecimiento mundial y de beneficios. Ya lo comentamos aquí, la economía global no se está desacelerando por falta de estímulos, sino por exceso de los mismos.
Estamos viviendo la resaca de años en los que se ha aumentado masa monetaria muy por encima del PIB nominal, bajado tipos hasta llegar a cero y que ha llevado a que la deuda global no descendiese, sino que aumentase en más de 60 billones de dólares.
En el petróleo, la política de los productores de maximizar cuota de mercado a cualquier precio ha llevado al crudo a niveles de hace trece años. La capacidad excedentaria ha aumentado de 2,5 millones de barriles/día en 2013 a casi el doble con la entrada de Irán en la carrera. Los que piensen que el precio se estabilizará por recortes de la OPEP se siguen equivocando. Esperar que los productores de menor coste equilibren el mercado para ayudar a los menos eficientes no tiene sentido.
Una enorme cantidad de inversiones globales, sobre todo en países emergentes, se han hecho pensando en crecimientos que dependían de materias primas caras y tipos bajos. Con la caída, llega también el riesgo de impago. No solo en energía, sino en deuda soberana e infraestructuras. Eso, añadido al exceso de capacidad global, hace que el riesgo aumente. No es una debacle, es una oportunidad para volver a la cordura y recuperar un crecimiento que no precise de exceso de endeudamiento