El dato de crecimiento chino de 6,9% ha generado una cierta tranquilidad. Solo tiene un problema: las decenas de datos macroeconómicos que señalan que la economía se estanca, no crece. Hace ya mucho que lo venimos comentando, desde 2013, pero ante los mensajes de “ya está descontado”, merece la pena reiterar los riesgos.
El producto interior bruto, como ustedes saben, se compone del gasto público, el privado, la inversión y la aportación del sector exterior. Como China no es transparente a la hora de publicar los componentes, y en particular la cifra de inventarios, utilizando el índice de crecimiento sintético de Evercore ISI, que ha sido históricamente el mejor indicador de fiabilidad internacional de la evolución de la economía china, es fácil asumir que la diferencia entre el PIB oficial y sus indicadores subyacentes es que el PIB se sostiene gracias a un sector exterior en el que caen las exportaciones menos que las importaciones y un elevado endeudamiento por gasto público e inversión ‘privada’ (recuerden que en China esa distinción es cuestionable, dada la enorme cantidad de empresas semiestatales).
Si atendemos a ese análisis, la economía china no es una que esté creciendo al 6,9% sino más bien estancada, lo cual coincide plenamente con unos indicadores de actividad empresarial, consumo, productividad y utilización industrial en ralentización evidente.
Un gran economista del Conference Board, Harry Wu, analizó la economía china desde 1978 a 2012, y llegó a la conclusión, evidente hoy en día, de que el crecimiento se ha sobreestimado en casi dos puntos del PIB anual, porque el cálculo oficial sobreestima la productividad e infraestima la inflación. Para que se hagan una idea, ese mismo análisis metodológico utilizado en economías como la europea, la norteamericana o la española no muestra variaciones perceptibles a medio plazo entre el PIB oficial y el analizado (ya lo explicamos aquí).
Desde mi punto de vista, lo más preocupante lo mostraba el ‘Wall Street Journal’, porque pone en duda la teoría del desapalancamiento sano y cambio del patrón de crecimiento. La deuda crece más rápido que el crecimiento nominal, mostrando que la economía no se está desapalancando por el cambio de modelo productivo. De hecho, la capacidad de pago de intereses de las principales empresas cotizadas se ha reducido en un 30% de media en un año.
La deuda china -superior al 240% del PIB- está fundamentalmente denominada en moneda local y bancos domésticos. Eso permite controlar el efecto dominó sobre las economías del mundo. No es previsible que se vaya a generar una crisis financiera por China.
Pero el crecimiento global se va a seguir revisando a la baja, muy probablemente, y un frenazo como el chino no se soluciona con gas de la risa monetario o haciendo puentes en Fráncfort.
Lo más preocupante será intentar “relanzar” el crecimiento con más deuda. Aumentar la deuda total un 15% anual para crecer un 5% nominal es simplemente crear un mayor problema dentro de dos años.
Sigamos prestando atención al gigante asiático. No va a desaparecer y las oportunidades se darán en los sectores de alto valor añadido y no dependientes de deuda, pero no pensemos que un nuevo plan de estímulo va a mejorar lo que los dos anteriores no han solucionado. La historia de China es la historia de periodos de expansión de un par de décadas seguidos de estancamiento durante otra década. Pensar que el Gobierno lo va a cambiar con las mismas medidas que crearon el problema es creer en los Reyes Magos.