Decía Oscar Wilde que la “consistencia es el último recurso de los que no tienen imaginación”. Uno de los grandes errores que cometemos como inversores es ignorar los grandes cambios que ocurren a nuestro alrededor y decir, hasta perder la voz, que “los fundamentales no han cambiado”. Y cambian, vaya si cambian, cada vez más rápido y con mayor intensidad.
El mundo vive la resaca de una enorme borrachera de estímulos, más de 25 billones de dólares, añadido a una expansión fiscal sin precedentes. Tipos bajos y altísima liquidez han generado sobrecapacidad, asignación ineficiente de recursos y un enorme endeudamiento.
Los planes de estímulo se lanzaron como respuesta a una situación de emergencia y se ha llegado a la situación perversa por la cual no solo son “la norma” sino que el mundo -sobre todo los inversores- somos incapaces de vivir sin un chute adicional.
Bajar los tipos a cero, aumentar la masa monetaria un 9% anual, muy por encima del crecimiento nominal, solo ha generado que aumente la deuda en más de 57 billones de dólares desde 2008 y que cada año se hayan revisado a la baja las estimaciones de crecimiento mundial. Si la expansión monetaria crease crecimiento y empleo el mundo no tendría pleno empleo, es que tendría déficit de mano de obra.
Los inversores nos hemos acostumbrado a ese entorno y ha sido una manera relativamente fácil de generar rentabilidad. Confiar en los bancos centrales y sentarse. Una inversión en el S&P 500 nos ha dado, sin pestañear, un 9% anual con un ratio de Sharpe de 1,5 y bajísima volatidad en los últimos ocho años. Y ahora, que vivimos la resaca de esas políticas monetarias y de estímulo, nos cuesta reaccionar sin pedir más.
Pero debemos ser realistas. Con el BCE y el Banco de Japón inyectando 60.000 y 70.000 millones mensuales, los índices han dejado de responder. Y eso es porque se ha convertido, como los sucesivos viales de droga, en un efecto placebo que cada vez funciona peor. Las revisiones a la baja de las estimaciones de crecimiento de EE.UU. son mucho más rápidas de lo temido, China, Brasil y las materias primas muestran el evidente agotamiento por saturación estimuladora, el duro impacto del exceso de deuda, exceso de capacidad y falta de “multiplicador”. David Henderson demostraba recientemente en un estudio de la Universidad de Monterrey de California la falacia del efecto multiplicador del gasto y el estímulo fiscal -tirar de déficit-.
Que el 24% del PIB del mundo ya tenga tipos reales negativos es una mala noticia. Los tipos reales negativos reducen la propensión a prestar de los bancos, ralentizan su saneamiento y, en el peor de los casos, afecta a los márgenes de intermediación de todos sus negocios.
Pero eso no hace que no se den enormes oportunidades de inversión. Las tecnologías disruptivas, el consumo, las industrias que no dependen de la inflación para generar dividendos superiores, aquellas empresas que se benefician de la cuarta revolución industrial, la de la tecnología y el conocimiento. Veremos cómo los ganadores de este entorno de ralentización global son precisamente aquellos que no precisan de subvenciones encubiertas, como son la devaluación y la expansión monetaria. Y esos ganadores generarán enormes beneficios para sus accionistas. Lo que nosotros, como inversores, debemos hacer es dejar de fiar a la religión de “los bancos centrales apoyan” nuestras decisiones de inversión, y pensar, como debe ser, en caja, balance, competitividad y poder de mercado.
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