Artículo publicado en El Libero.
Hace unos días El Mercurio recogía unas palabras de Pablo Bustinduy, del partido español Podemos, que afirmaba “con el Frente Amplio nos reconocemos como fuerzas hermanas”. Y es cierto.
Frente Amplio se presenta a las elecciones chilenas como una alternativa nueva, transversal, que llena su mensaje de las palabras “social” y “democracia” para luchar contra el inexistente “neoliberalismo” desde un aparente movimiento plural en el que la diversidad es inexistente. Comunismo intervencionista de toda la vida. Ante el fracaso de Bachelet, se presentan como algo “nuevo”, que en realidad es volver al pasado que todos los chilenos quieren olvidar. Y es que Bachelet no fracasó por falta de socialismo, sino por exceso del mismo.
Como Podemos en España o Syriza en Grecia, tras esas mágicas y enternecedoras palabras se esconde la misma ideología marxista e intervencionista del Socialismo del Siglo XXI, Chávez, Cristina Fernández de Kirchner, Correa o Morales.
Sin embargo, como el historial de fracasos del socialismo es demoledor, Frente Amplio acudirá, como hizo en su día Podemos, a la falacia de que su modelo son los países nórdicos, olvidando que éstos son líderes en libertad económica y facilidad para hacer negocios, privatizaciones de sectores estatales y sistemas de pensiones que han avanzado a la capitalización, como Suecia. Eso no lo dicen nunca. En realidad, su modelo es el marxismo que ha fracasado en todo el mundo, pero a casi nadie se le convence para votar si se pone de ejemplo a Castro o Maduro.
“En Chile hay un problema con el poder. Poder, al final, sobre cómo vivimos las muchas y muchos. Este es el programa de esos muchos y muchas”. Con semejante asalto a la gramática y la realidad comienza su campaña.
El programa económico de Frente Amplio es un asalto a la seguridad jurídica y a la prosperidad. Como los populistas de la extrema izquierda europeos, contiene llamadas a la nacionalización de empresas, al expolio fiscal y al intervencionismo más caduco bajo el subterfugio de la desigualdad.
Chile es un país donde la desigualdad se redujo en casi cinco puntos desde 2003 y, como no debería sorprendernos, esa positiva evolución se empezó a truncar, junto con un menor crecimiento económico y menor inversión privada, cuando se antepuso la redistribución socialista a la prosperidad. El fracaso de Bachelet fue olvidar el crecimiento y centrarse en la mal llamada redistribución, que es en realidad el intervencionismo. La desigualdad se reduce aumentando el empleo y el crecimiento, no empobreciendo e igualando en la miseria.
Si analizamos el desempeño de la economía chilena comparada con la venezolana o argentina, Chile ha sido un ejemplo mundial de lucha contra la pobreza, que se ha reducido a menos de un quinto de la cifra de 1990 hasta ocupar el segundo lugar como el país con menor índice de pobreza en Latinoamérica, el país con menor índice de desnutrición, un 2%, y donde sólo un 1% de la población del quintil más pobre vive en viviendas construidas con materiales precarios, según CEPAL. Entre 2000 y 2015 la proporción de la población considerada pobre se redujo del 26 al 7,9%, según el dato del Banco Mundial.
Si miramos el comportamiento de las economías vecinas durante el período del Socialismo del Siglo XXI podremos comprobar que el ejemplo para todos es Chile, no esos países. Incluso durante la década en la que el chavismo disfrutó de unos precios del petróleo que se multiplicaron por diez, Chile redujo más la pobreza y creció mejor sin acudir a altos niveles de inflación ni enormes desequilibrios. El PIB per cápita de Chile es más del doble que el de Venezuela, un 37% superior al de Argentina y 22% mayor al de Brasil, pero su riqueza promedio es más del doble que la de Brasil y tres veces mayor que la de Argentina, según Credit Suisse.
El problema de Chile no es la redistribución, es ignorar los riesgos que llegan de países vecinos. No existe mejor política social que el empleo y el crecimiento, y se ha comprobado que la política de expolio fiscal e intervencionismo de Frente Amplio no funciona.
Los más dañados por sus políticas son precisamente las clases medias y bajas. En España, en las Comunidades Autónomas donde gobierna Podemos en coalición socialista, la presión fiscal a familias y clase media se ha aumentado por encima de la media del país. En Portugal y Grecia, las subidas de impuestos “a los ricos” han sido, como siempre, un aumento a todos. Y eso que en España o Grecia no han podido acudir a la política favorita del populismo de extrema izquierda: el inflacionismo. Asusta que en Chile alguien piense que es “nueva política” recuperar las medidas de nacionalización, intervención e impresión de dinero, teniendo cerca los ejemplos de Argentina, Venezuela y el recuerdo de la hiperinflación hace cuatro décadas.
La mentira de “subir los impuestos a los ricos” ya debería estar erradicada del pensamiento colectivo. Empieza por unas estimaciones de ingresos completamente inverosímiles. El análisis más optimista no llegaría a un tercio de lo que promete Frente Amplio. El truco es que, cuando toman el poder, los gastos sí suben muy por encima de lo que anuncian, pero los ingresos no. Igual que en todos los casos de populismo de extrema izquierda mencionados, cuando se dispara el déficit, ocurren cuatro cosas. Una, suben los impuestos a todos, incluidos “las muchas y muchos”. Dos, si disponen de soberanía monetaria, se dispara la inflación y la pobreza imprimiendo moneda. Tres, le echan la culpa a algún enemigo exterior. Cuatro, proponen más intervencionismo. El resultado es siempre el mismo. Pobreza e igualdad… en la miseria.
Frente Amplio ni es amplio ni es nuevo. Todos los ejemplos de políticas similares han sido un desastre y esta vez no será diferente.
Daniel Lacalle es doctor en Economía y economista jefe de Tressis Gestión. Es autor de “La Gran Trampa” y “Viaje a la Libertad Económica”, entre otros.