Las últimas estimaciones para la economía argentina del consenso de analistas recopilado por Focus Economics son devastadoras. Se espera un crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) de solo 0,8% y una inflación del 95%.
Adicionalmente, los analistas estiman una deuda pública del 72,7% del PIB con una deuda externa del 43,7% que, además, se enfrenta a la realidad de un banco central sin casi reservas que seguirá expropiando la riqueza del país con una política monetaria extractiva.
Que Argentina sobreviva con una política fiscal confiscatoria y destructiva demuestra que los contribuyentes y las empresas son los verdaderos héroes del país. Un país que tiene la fiscalidad más agresiva de la región contra empresas y sector productivo solo consigue que el sector político extraiga rentas decrecientes y siga hundiendo a un país que solo hace unas décadas era uno de los más ricos del mundo.
No podemos olvidar que el desastre económico y monetario perpetrado por el gobierno argentino ha coincidido con un entorno para la soja y las materias primas globales que debería haber fortalecido el crecimiento de Argentina y atraído reservas a nivel récord.
Si hay un reflejo claro del nivel de confiscación de la política fiscal y monetaria de Argentina es que el país ha empeorado notablemente en un entorno global ideal para hacer crecer a Argentina más que ningún país similar.
Lo que más me enerva de ver a esta querida nación hundirse por la política inepta y destructiva es, encima, escuchar a la ministra argentina de Trabajo, Raquel Kismer de Olmos, decir que la prioridad es ganar el Mundial y no combatir la inflación, como si una cosa y la otra fueran excluyentes y, todavía peor, como si la labor de los políticos fuera alcanzar éxitos deportivos. Argentina ya tiene a Messi y el resto de los jugadores para luchar por las metas deportivas.
El problema de Argentina es que en futbol tiene una selección de éxito y en economía tiene la selección del fracaso.
Lo peor es que la selección del fracaso económico cuenta con sectores exportadores, agrario, textil, servicios e industrial luchadores y trabajadores y el sector político solo pone barreras, frenos y robo vía la expropiación de la riqueza con más de diez tipos de cambio falsos y extractivos. Ningún país del mundo tiene esa cantidad de tipos de cambio, lo que demuestra el fracaso del peso como moneda y del banco central.
Si acudimos al símil futbolístico, la selección económica de Argentina tiene excelentes delanteros (empresas) y centrales (contribuyentes) pero los defensas (la política fiscal) y el portero (el banco central) trabajan para el equipo contrario. Encima, el entrenador (el presidente) aplica la estrategia que ha hecho fracasar a Venezuela, Cuba o Nicaragua la sigue al pie de la letra pensando que va a funcionar esta vez.
El problema de Argentina es que todas las medidas fiscales y monetarias que se toman son una estrategia de fracaso constatado y, encima, repetido. Controles de precios que solo llevan a perpetuar la inflación y empeorar la capacidad del tejido empresarial de sobrevivir, imprimir sin control una moneda que no tiene demanda y que cada vez es un fracaso más sonado a nivel global para pagar unas subvenciones que no cubren nada básico mientras se dispara la pobreza y se expropia más riqueza subiendo impuestos.
Si Argentina sobrevive es gracias al excepcional capital humano y empresarial que aún mantiene, pero es un país que, a pesar de su extensión y riqueza, apenas está poblado porque no hay oportunidades para desarrollar el enorme potencial que tiene.
La política fiscal y monetaria argentina es una condena que sufren todos los ciudadanos, un disparate económico de tal calibre que nadie en el mundo se cree que se pueda perpetuar. Es aberrante que el discurso político nos hable de “excesos del capitalismo” cuando lo que sufre Argentina es el estatismo más devastador. El que convierte a una nación rica y con enorme potencial en un país pobre y una moneda fallida.