Es frustrante ver cómo una región rica y con enorme potencial como es América Latina se enfrenta a un periodo de estancamiento y elevada inflación que tendrá terribles consecuencias para la población y vuelve e dejar a la región a la cola del crecimiento global.
Muchas veces, en el debate económico, se habla de los problemas de la región como si fueran culpa de políticas liberales y de apertura de mercado. Nada más lejos de la realidad. La lacra de América Latina es que avanza, desde hace ya dos décadas, a un estatismo confiscatorio y extractivo que repele la inversión necesaria y ataca a la capacidad de los países de alcanzar su potencial.
En la última revisión de las estimaciones de crecimiento del consenso recopilado por Focus Economics, América Latina se encuentra con una rebaja al +1% de PBI en 2023 con un 15.7% de inflación.
En Argentina se han revisado a la baja las previsiones y se quedan en un -0,5% de PBI con un dramático 98,7% de inflación. Una calamidad, mientras el gobierno se niega a modificar la política monetaria y fiscal más destructiva de la región, solo comparable a la de Venezuela.
El descenso al estatismo aún más populista se refleja en las expectativas para Brasil, que se queda en un mero +0,9% de PBI con 5% de inflación a pesar de la creciente demanda de petróleo y materias primas y la fuerte entrada de divisas por exportaciones.
Aún más preocupante es el frenazo de Chile, que se queda en un -0,8% de PBI con un 7,7% de estimación de inflación. No podemos olvidar que este frenazo económico llega a la vez que en el resto del mundo se revisan al alza las estimaciones de crecimiento y la reapertura de China es un fuerte aliciente que aumenta la demanda de cobre.
Si vamos a Colombia, el frenazo es también evidente, pasando de ser la economía que más crecía a un mero +1,2% de PBI en 2023, pero con una elevadísima inflación del 10,3%.
El caso de México es paradigmático. No se beneficia de las revisiones al alza de la economía norteamericana ni de la demanda creciente de materias primas global ni de la reapertura de China, y se queda en un +1.2% de crecimiento de PBI con 5,9% de inflación.
Si miramos a más largo plazo, el riesgo de otros cinco años perdidos llevaría a las principales economías de América Latina a descomponer el avance con respecto al resto del mundo y a revertir la convergencia con los países asiáticos y el resto de emergentes.
América Latina ha dejado de emerger por una constante política de poner trabas a la inversión, aumentar la inseguridad jurídica, disparar los desequilibrios fiscales y, con ello, debilitar constantemente la moneda local.
Es especialmente preocupante porque la región debería ser la mayor beneficiaria de la crisis europea y los retos de la invasión de Ucrania. América Latina era la gran promesa que podía atraer la inversión perdida en otros países y, sin embargo, pierde potencial, pierde oportunidades y despilfarra aumentando el riesgo.
No hay política más antisocial que repeler la inversión y destruir la moneda. El aumento de déficits gemelos –fiscal y comercial- en un entorno de creciente demanda global es un síntoma que se refleja en unas monedas que ya no cuentan con la confianza de los propios ciudadanos de la región. Cuando los gobiernos se entregan al populismo estatista en realidad destruyen lo que fingen proteger. Es triste que se pierda esta oportunidad. Es mucho más triste que la región se quede atrás y aumente el empobrecimiento de sus ciudadanos y lo haga en el nombre de unas mal llamadas política sociales que solo aumentan la pobreza y frenan la inversión.
Nadie duda de la enorme capacidad de América Latina para ser líder global en crecimiento, innovación y creación de riqueza. El problema es que el estatismo confiscatorio prefiere redistribuir la miseria que crear riqueza, y el efecto es inmediato. Más inflación, más pobreza y menos crecimiento.
Ahora que les digan que la solución es imprimir moneda, como si Argentina y Venezuela no fuesen una señal de alarma suficiente.