Al día siguiente de las elecciones catalanas, o cualquier elección, deberíamos tener un compromiso unánime de todos los partidos del parlamento con la seguridad jurídica, el imperio de la ley y la credibilidad crediticia. Sin embargo, es más que probable que eso no ocurra tras las pasadas elecciones.
Sin embargo, lo que nos preocupa a los ciudadanos es que, si se siguen poniendo escollos a la creación de empleo y crecimiento, se perpetúe un problema que hace mucho más daño. La sensación generalizada de que la inversión tiene que ser a muy corto plazo, en activos líquidos, ante el miedo a los constantes cambios normativos y legislativos.
Al día siguiente de las elecciones catalanas se debería poner encima de la mesa una propuesta para eliminar los impuestos confiscatorios y reducir la presión fiscal. Es inaceptable que la comunidad haya disparado su presión fiscal a medida que contaba con más autogobierno. Mayor autonomía no ha supuesto mejora sobre la presión fiscal, ha supuesto mayores impuestos.
En Cataluña se ha votado por opciones que se mueven entre el intervencionismo suave y el extremo.
Usted dirá que eso es por culpa de las famosas balanzas fiscales y que si fueran independientes no tendrían esa presión fiscal. No solo es incorrecto, como demuestra el hecho de que esas balanzas fiscales se dilapidarían en costes de independencia y hasta los líderes locales hablan de “buscar nuevas vías de ingresos”. Es que, en su infinita generosidad, se ha propuesto bajar un 1%, del 12% al 11%, el tramo autonómico del marginal del IRPF, lo cual mantendría a Cataluña con una presión fiscal superior sobre el trabajo.
La excusa de las balanzas fiscales es simplemente ridícula. Un catalán con un sueldo bruto de 16.000 euros paga 170 euros más que un madrileño, y la Comunidad de Madrid tiene un déficit fiscal (19.205 millones) que es casi el doble que el catalán.
No solo es el IRPF. Es el impuesto a la muerte, el de sucesiones y donaciones, que también es de los más altos de España, el mínimo exento se ha bajado a 500.000 euros. Lo mismo ocurre con el impuesto de transmisiones patrimoniales y actos jurídicos. A ello hay que añadir catorce impuestos propios creados por la Generalitat, según REAF-REGAF, hasta 2016, y seis en 2017.
Cataluña es la comunidad autónoma con más tributos propios de todo el Estado y con los tipos impositivos más altos en comparación con las otras figuras tributarias, según Foment del Treball. De hecho, precisamente cuando la financiación ha sido garantizada, y la economía crece, el mayor autogobierno solo ha servido para aumentar el expolio fiscal.
Es inaceptable que Cataluña haya disparado su presión fiscal a medida que contaba con más autogobierno.
El problema más acuciante es, por lo tanto, dejar de poner trabas a las empresas y expoliar a los ciudadanos con subterfugios de “nos roban”. Recuperar la confianza es esencial, pero hay que recuperar también una fiscalidad no confiscatoria y orientada al crecimiento.
No es solo Cataluña o España. Tenemos que despertar de la pesadilla tributaria porque lo de Estados Unidos ya no es una amenaza, es una realidad. Y las estimaciones más optimistas asumen una salida de capitales de 95.000 millones de dólares de la Unión Europea hacia Estados Unidos por repatriación de capitales.
Los problemas de los ciudadanos en Cataluña son los mismos de cualquiera en Europa, y no se solventan ignorando que la tendencia en los países líderes es mejorar la tributación para fortalecer el crecimiento.
No vale con pensar que nuestra región o país son atractivos. Hay que recuperar la inversión extranjera perdida y también la doméstica, hay que dejar de concentrar el debate en torno a entelequias políticas y prepararnos para un entorno global en el que no se parte de la base de cuánto me quiero gastar, sino de cuánto debemos crecer. La creación de empleo y el crecimiento no se dan con victimismo, sino facilitando la creación de riqueza.
Al día siguiente, gane quien gane, debe orientar su política a todos. Ganar las elecciones no es un cheque en blanco para ningunear al contrario. Pero la lucha partidista no nos puede hacer olvidar una realidad.
En Cataluña se ha votado por opciones que se mueven entre el intervencionismo suave y el extremo. El ganador de las elecciones, sea en coalición o en minoría, se encuentra con un parlament que, en términos económicos, pretende avanzar mirando hacia atrás y pretende crecer haciendo lo contrario que los países líderes.