Robotización, tecnología y represión intervencionista

Si usted lee los periódicos y algunos comentarios de algunos políticos, le parecerá que las empresas tecnológicas son una amenaza y que los robots van a acabar con su fantástico puesto de trabajo. La idea es interesante, y ha poblado cientos de páginas de libros de ciencia ficción que se nutren de futuros distópicos donde los humanos solo servimos –como mucho- como fuente de energía.

Es una idea interesante, solo tiene un problema. Es una falacia que exagera estimaciones –como siempre- para presentar un mundo en el que tiene que darse una intervención –fiscal, por supuesto- por parte de los gobiernos, para salvarle a usted de un futuro que siempre se ha estimado equivocadamente… Pero ésta vez es diferente.La evidencia empírica de más de 140 años es que la tecnología crea más empleo del que destruye (lean aquí) y que no hay nada que temer a la inteligencia artificial, sino que estudios de Randstad muestran que creará más de 1.250.000 empleos en los próximos cinco años.
La evidencia nos muestra que si la tecnología destruyese empleo, hoy no habría trabajo para nadie. Cuando yo empecé a trabajar nos decían que las maquinas harían nuestro trabajo. Hoy, nos dicen lo mismo. Si un 47% de los trabajos van a desaparecer en 20 años , se crearán muchos más.

La mayoría de los puestos de trabajo que conocemos hoy no existían hace diez años porque la tecnología no destruye empleo, lo que hace es liberar capital de sectores obsoletos a nuevos sectores y, con ello, se mejora la calidad de vida de todos y, además, se crea mucho más empleo directo e indirecto.
En realidad, la tecnología solo destruye empleos que no queremos de cualquier forma. Y lo que la sociedad, todos, debemos hacer es crear las condiciones para que estemos preparados. Preparados no significa que todos seamos ingenieros informáticos, sino entender que nuestras capacidades no son solo esas terribles palabras, “lo mío”, sino todo un conjunto de habilidades que tienen un enorme valor en una sociedad moderna.

PONER PUERTAS AL CAMPO

Lo que no funciona, ni ha funcionado nunca, es intentar poner puertas al campo y penalizar al eficiente, intentar parar el progreso, con el objetivo de perpetuar los sectores obsoletos bajo el subterfugio del “empleo”. Ni se defiende el empleo ni se solucionan los problemas.

Si lo que quieren es defender el empleo, que prohíban los tractores y pongan a todo el mundo a trabajar en el campo, como Pol Pot. ¿Verdad que no? ¡Menuda exageración!, dirán ustedes. Es que esta vez es diferente, dirán ellos. Curioso, los mismos que “predecían” el fin del petróleo, del agua, la falta masiva de alimentos, el fin de las pensiones, la hiperinflación y la esclavitud a las máquinas, y se equivocaron, hoy les dicen que “esta vez es diferente”. Sin embargo, lo que se propone, desde penalizar la tecnología a fiscalizarla, es la misma idiocia.

Seamos claros. Lo único que se busca es encontrar una excusa para aumentar la presión fiscal. No por el empleo. Si les importase el empleo, estarían dando facilidades fiscales a las empresas tecnológicas y start-ups para formar a trabajadores en tareas de alto valor añadido y adaptarse al cambio, no dilapidando fondos en cursos inútiles para darles unos cuantos millones de euros en subvenciones a los agentes sociales. Menos renta básica y más conocimiento básico.

ASALTO FISCAL A LAS TECNOLÓGICAS

El asalto fiscal a las empresas tecnológicas no es una casualidad. Se busca perpetuar a los conglomerados industriales obsoletos, convertidos en seguridades sociales encubiertas y, en vez de ver a las empresas de alta tecnología como garantes y líderes del cambio de patrón de crecimiento, generadoras de empleo de calidad, y mejora de la calidad de vida de todos, se busca entorpecer el cambio. Mejor tener clientes rehenes, adictos al Soma de Huxley estatal vía asistencialismo. Es más cómodo.
En vez de hacer lo posible por que en Europa crezcan y se desarrollen las empresas tecnológicas, mejor subvencionar sectores de bajo valor añadido que emplean a mucha gente… y si se compra una máquina, ya vendrá un burócrata a decidir cuántos empleos está suplantando, y pasando la factura. ¿Imaginan ustedes si los fabricantes de sombreros hubieran tenido éxito cuando se pusieron en huelga contra el malvado nuevo automóvil de Ford? Hoy, todos fastidiados, habiendo pagado mucho más por los automóviles y, sobre todo, sin sombrero. Porque ponerle barreras al progreso es inútil, y muy caro.

El debate tecnológico no se puede abordar desde las estimaciones distópicas que han demostrado ser falsas desde la época de Malthus. Pero cuando se encauza desde un punto de vista de represión fiscal, ya sabemos usted y yo que hay un enorme incentivo perverso a presentar predicciones apocalípticas porque el truco es que el hachazo lo va a pagar usted.

Si los políticos creyeran de verdad ese escenario apocalíptico y les importara de verdad el empleo, harían todo y más por atraer inversión y empresas tecnológicas. No estarían intentando sostener a sus conglomerados de telecomunicaciones dinosáuricos vía subvenciones y barreras de entrada, esos que suben precios para sobrevivir. Y, desde luego, no atacarían fiscalmente a los que lideran el cambio y generan innovación. Seríamos más Irlanda y menos Grecia.
Si les preocupase la tecnología y la digitalización, no se enfocarían a si los impuestos se deben pagar en función de los beneficios obtenidos o por los ingresos y lugar en el que se encuentren los clientes. Los beneficios de las multinacionales tecnológicas provienen de su capital intelectual (tecnología, software, algoritmos) que hace posible, eficiente y barato el proceso de dar un servicio. Si les preocupase la robotización y el empleo, los políticos estarían facilitando la entrada de miles de empresas tecnológicas, no poniendo barreras fiscales y normativas. Incentivando la inversión tecnológica, no subvencionando la capacidad ociosa.

Lo que saben los políticos y los que hacen estimaciones a 50 años que –cuando no se cumplen- se olvidan, es que la probabilidad de que la tecnología y la democratización del conocimiento generen más prosperidad, empleo y bienestar es casi del 100%. Lo que saben, también, es que pone en peligro un sistema de rentas de posición que alimenta muchas redes clientelares. Y, por eso, usted debe temer a un futuro inexistente. Para darle, a usted, por su bien, otra vuelta de tuerca fiscal.

Acerca de Daniel Lacalle

Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión. Casado y con tres hijos, reside en Londres. Es colaborador frecuente en medios como CNBC, Hedgeye, Wall Street Journal, El Español, A3 Media and 13TV. Tiene un certificado internacional de analista de inversiones CIIA y un máster en Investigación económica y el IESE.

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