La monstruosa expansión monetaria que estamos viviendo suele justificarse con la excusa de que “no hay inflación” y, por lo tanto, aumentar el balance de los bancos centrales no tiene ninguna consecuencia. De hecho, ante el más que decepcionante resultado de dichas políticas, con Japón al borde de la recesión, Europa creciendo un 50% por debajo de su potencial y las revisiones a la baja del crecimiento de EEUU como norma, algunos exigen más madera. Como no funciona, dos tazas.
Pero muchos lo llevamos alertando desde hace años. La inflación no es el IPC. Se crea inflación donde va el dinero. Los activos de riesgo a máximos históricos y la rentabilidad exigida a los bonos de alto riesgo, la menor en 35 años. Se toma más riesgo por menor rentabilidad.
Y si a alguien le hacía falta la prueba de que estamos alentando desde la política monetaria el mismo riesgo excesivo que nos llevó a la crisis financiera, Bank of America nos lo acaba de mostrar en un informe demoledor sobre los efectos perversos del QE estadounidense (expansión cuantitativa).
Tras 606 bajadas de tipos de interés y 12,4 billones de dólares de estímulos monetarios, los efectos son:
– Por cada puesto de trabajo creado en EEUU en la última década, las empresas han recomprado acciones por 299.000 dólares.
– 100 dólares invertidos en la bolsa y bonos valdrían hoy 205 dólares, al tiempo que los salarios reales se mantienen a niveles de 2009.
– Mientras el paro oficial se ha reducido al 5,1%, el paro real es del 10% y eso con una participación laboral a los niveles más bajos en 38 años (62,4%). Y no, no es “por demografía” o, como me decía un señor, “porque se retiran voluntariamente” (a tocar la guitarra, supongo). La participación laboral ha caído en todos los segmentos de edad, y en Reino Unido, con una demografía similar, la participación laboral es del 78% con el balance del Banco de Inglaterra sin moverse desde 2012.
Como muestra el gráfico de mi querido Keith McCullough, de Hedge Eye, no solo se ha infraestimado el aumento de riesgo en activos financieros generado por el gas de la risa monetario, sino que se ha sobreestimado consistentemente el crecimiento de la economía.
“La política de tipos a cero y recompra de activos de los bancos centrales ha demostrado ser más favorable a los activos de riesgo y a los ‘unicornios’ que para trabajadores, empresas, ahorradores y el mercado de trabajo”, sentencia el informe de BoA.
Y, sin embargo, en Europa y EEUU son, fundamentalmente, la izquierda y los estadistas los que defienden una política monetaria agresivamente expansionista. Porque el primer beneficiado es aquel Gobierno deficitario e ineficiente que se endeude hasta el infinito.
Yo he tenido la suerte de conocer a tres presidentes de bancos centrales, dos de la Reserva Federal. La respuesta ante los excesos de riesgo que suponen los estímulos monetarios siempre ha sido la misma. El banco central usa las herramientas que tiene, si los gobiernos no usan las que tienen, que son mayores, las culpas de los desequilibrios son del que se beneficia de los tipos bajos y la expansión para endeudarse para financiar gasto corriente en vez de incentivar la inversión, aumentar la renta disponible de familias y empresas y estimular de verdad… a los consumidores y creadores de empleo.
Lo cómodo es que, cuando este exceso de riesgo salte, los economistas de consenso reclamarán mayor intervención y mayores estímulos.
Recuerden las palabras mágicas, porque la batería de economistas que las van a utilizar -o las usan ya- va a ser de escándalo. “Hubiera sido peor”, “no se hizo suficiente” y “hay que repetir”… Y nos vemos en el QE 27 escuchando “esta vez va a ser diferente”. Total, en Japón llevan casi una decena de estímulos en 22 años y han sido capaces de ‘vendernos’ que Abenomics era algo novedoso. La amnesia nos mantendrá esperanzados.
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